segunda-feira, 30 de junho de 2008

¡¡Reyes de Europa!!


Enhorabuena España

Cuarenta y cuatro años después, y tras haberse quedado con la miel en los labios en la final de 1984, la selección española de fútbol ha vuelto a conseguir un triunfo histórico al lograr la Eurocopa de fútbol. Desde anoche, España es el mejor combinado de Europa y así seguirá siéndolo hasta dentro de cuatro años. La trayectoria de la selección, de la mano de Luis Aragonés, no ha podido ser más brillante. Ningún partido perdido -sólo empatado el de Italia, magníficamente resuelto después en la tanda final de penaltis-; un juego vibrante y muy vistoso, deslumbrante por momentos y elogiado por toda la prensa deportiva internacional; un equipo francamente armonizado y sincronizado cuyos futbolistas, todos ellos triunfadores en sus respectivos equipos, han demostrado que sus éxitos en otras competiciones también son extensibles a la máxima categoría en un campeonato entre selecciones; una unidad en el vestuario digna de encomio; tanta humildad y prudencia como categoría y entrega con el balón en las botas... En conclusión, una selección soberbia, ejemplar, que ha conseguido ilusionar a una afición demasiados años agotada de acumular fracasos y decepciones.

Desde esta perspectiva -no ya la deportiva-, la selección ha conseguido convertirse en estas semanas en un auténtico fenómeno sociológico. Dos conceptos avalan este argumento: la recuperación a nivel nacional de la ilusión de los aficionados en el fútbol, el deporte con más capacidad de movilización en el mundo y el que más pasiones genera; y, en segundo lugar, el orgullo de millones de ciudadanos de exhibir sin ridículos complejos ni absurdos pudores su condición de españoles y su orgullo por la bandera nacional y por el escudo constitucional que los jugadores lucen en el pecho. Miles de familias en toda España han colgado en sus balcones banderas rojigualdas como muestra de sincera identificación con la selección y sus metas deportivas o, más sencillamente, con la idea de España como una gran nación, como una gran potencia deportiva en el mundo. A su vez, cientos de miles de ciudadanos se han congregado en calles y plazas, bares o locales de ocio, auditorios o polideportivos -hasta en plazas de toros-, para seguir juntos, con una misma voz de ánimo, la evolución del combinado español. Desde luego, no son datos anecdóticos.

Con todo, otro logro indudable del fútbol español es haber conseguido sumarse al fin a la larga lista de éxitos de nuestros deportistas en todo el mundo. Era una deuda pendiente que desde tiempo atrás habían saldado tanto a nivel colectivo como individual, por ejemplo, el baloncesto -campeones del mundo y subcampeones de Europa en dos años con los «chicos de oro»-; el tenis -ahí está Rafael Nadal encabezando la «Armada» española con cuatro triunfos consecutivos en Roland Garros-; el balonmano, el golf, el ciclismo, el automovilismo, el motociclismo y un largo etcétera. Ahora, con el final de la Eurocopa, los Juegos Olímpicos de Pekín, la otra gran cita deportiva del año, brindarán al deporte español una nueva ocasión para demostrar su altísimo nivel en el mundo, aunque lamentablemente no podrá ser con el fútbol.

Con el triunfo de anoche ante el rocoso combinado alemán, la selección -y con ella los millones de aficionados que hasta altas horas de la madrugada inundaron calles y plazas de todas las ciudades para festejar la Eurocopa-, se ha sacudido de encima la opresión que bloqueaba al equipo en las citas decisivas. Ha puesto fin a mitos como el de la imposibilidad de vencer a Italia en una fase final, lo que no ocurría desde hace más de ochenta años, y el de acabar con el maleficio de los cuartos de final y con la condena de no superar las dichosas tandas de penaltis. La selección ha descatalogado, en definitiva, aquella célebre frase acuñada por el futbolista británico Gary Lineker, según la cual el fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y siempre gana Alemania. Anoche, esta noche, no. Enhorabuena, España.

Editorial ABC
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Al calor de los goles de España

Tengo un amigo muy querido, catalán y republicano, que me confesaba, entre divertido y perplejo, que no podía evitar que lo salpicase la marea de la emoción cada vez que los Príncipes de Asturias se abrazaban en el palco, celebrando los goles de la selección española en esta Eurocopa. Y mientras mi amigo me confesaba esta debilidad (que no era sino grandeza de espíritu) me acordé de un pasaje conmovedor de cierto artículo de Wenceslao Fernández Flórez, que durante una temporada escribió crónicas futboleras para este periódico; crónicas perfumadas siempre por la brisa del escepticismo irónico que luego reuniría en un librito delicioso, titulado «De portería a portería», editado por Prensa Española. En aquel artículo, adoptando un tono entre socarrón y cascarrabias, Fernández Flórez refunfuñaba sobre los hábitos de los hinchas, y más concretamente sobre su histeria ruidosa, que los hace rugir a coro en las gradas de los estadios, increpar al enemigo -aunque esté lesionado- e insultar al árbitro, hasta que por fin el equipo al que animan marca un gol, y entonces... Entonces Fernández Flórez narra cómo la señorita que está a su lado en las gradas del campo quiere abrazar al señor visiblemente exaltado que la acompaña para celebrar el gol; pero resulta que el señor está oprimiendo en ese momento al vecino de la derecha, transportado de júbilo; y la señorita, en el calor de la celebración, se vuelve hacia Fernández Flórez y lo abraza sin previo aviso. Fernández Flórez mira en derredor con un gesto similar al de quien encuentra una cartera en la calle; pero enseguida, qué coños, abre resueltamente los brazos y estrecha entre ellos a la muchacha. Y el cronista escéptico que hasta ese momento ha contemplado el fútbol con displicencia o mero desdén siente, de repente, que la alegría le rebulle en el cuerpo, y siente también que crece dentro de él un insospechado fervor futbolístico; y hasta se sorprende suplicando ansiosamente: «¡Más goles! ¡Vengan más goles...!».

Pues esa alegría de los goles de España, que a hombres y mujeres vuelve más intrépidos y fogosos aunque no nos guste el fútbol, que a su calor nos torna de repente españoles sin premeditación, españoles de entraña y certeza, es la que en estas jornadas nos ha cambiado a todos la cara, sustituyendo ese aire de congrios hervidos que nos dejan las politiquerías de los políticos por un aire como de jamones serranos, restallante y vigoroso, que da gusto verlo. Ese aire suculento y jovial es el que tienen los abrazos de los Príncipes en el palco del estadio; y hasta el espectador más escéptico o atrabiliario, hasta mi amigo catalán y republicano los ve achucharse y se sorprende suplicando ansiosamente, como Fernández Flórez en su artículo: «¡Más goles! ¡Vengan más goles... de España!». Y es que, de repente, todas esas entelequias pelmazas con las que tanto nos gusta zaherirnos a los españoles (la politiquería convertida en cilicio de nuestro impenitente y proverbial masoquismo) se escabullen soltando berridos, como los demonios se escabullían del cuerpo de los endemoniados, cuando Jesús les imponía las manos. De repente, un tío como -pongamos por caso- Ibarretxe, engolfado en sus tabarras plebiscitarias, se nos antoja una estantigua o un marciano, o tal vez sólo un señor con problemas de estreñimiento. Y nos entran ganas de decirle: «Pero, hombre de Dios, ¡péguese usted un abrazo con la parienta, o con la vecina, o con la muchacha que le traduce al euskera las notas que usted escribe en castellano, pero abrácese de una puñetera vez y abandone ese gesto de congrio hervido! Verá cuánto bien le hace».

Porque vaya si hace bien. Si estos campeonatos se celebraran, en lugar de cada cuatro años, cada cuatro meses, la gente se abrazaría muchísimo más; y, al calor de los abrazos, todos esos atracones de bilis y esos dolores meningíticos de cabeza con que los españoles nos atormentamos se quedarían en alifafe de poca monta. Porque, vamos a ver, ¿qué son sino fruslerías esas monsergas del segregacionismo y el «derecho a decidir» ante la efusión rotunda, cálida y fraternal de tantos españoles que celebran con un abrazo lo que les mandan el instinto, la pasión y el alma? Durante estas semanas que ha durado la Eurocopa, los españoles hemos actuado como esos muchachos apenas púberes que al principio no se atreven a declarar su amor a la muchacha que les sorbe el seso, por temor a hacer el ridículo; y así, recién comenzada la competición, bromeábamos con la fatalidad de ser eliminados en cuartos de final, como el muchacho bromea con la expectativa de recibir calabazas. Pero aquellas eran bromas mohínas propias de cobardones; pues el amor que anhela ser correspondido ha de ser ante todo audaz y echao p´alante. Y ha bastado que nos lo creyéramos y nos sacudiéramos esa capa de mugre de los complejitos y las pusilanimidades con que nos abruma la politiquería de cada día para que descubriéramos que la muchacha que nos sorbía el seso estaba esperándonos, como las vírgenes prudentes de la parábola, con la lámpara encendida; y que, en echándole un poco de aceite, la lámpara llameaba como una hoguera de San Juan. Hemos necesitado que once españoles en calzoncillos se pongan tibios a meter goles para descubrir que el amor a la patria no es pasión vergonzosa ni asquerosita, ni querencia propia de carcas o nostálgicos, ni parecidas zarandajas, sino amor actuante y salutífero, como lo es el amor a la propia sangre. Porque los carcas, y los nostálgicos, y los tíos que dan asquito y vergüenza son los que no lo sienten; los otros, nosotros, tan sólo somos gente normal, esto es, personas que saben dejar a un lado las nimias mezquindades que los separan para abrazarse en nombre de la grandeza que los une.

«¡Más goles! ¡Vengan más goles de España!». El fútbol, dicen los expertos, es metáfora de la propia vida; frase que queda muy rimbombante y no se suele explicar. Pero si quisiéramos explicarla tendríamos que decir que la vida en esquema, como el reglamento del fútbol, es en principio muy simple: hay un balón, hay unos palos clavados en el suelo; y todo el busilis del juego consiste en meter el balón entre los palos. Pero, claro, enseguida surgen obstáculos que entorpecen y complican tan elemental misión; y, con los obstáculos, surgen también las irritaciones, las frustraciones, las tentaciones del desistimiento y la renuncia. Los españoles llevamos demasiado tiempo sufriendo con esos entorpecimientos y complicaciones; y, con frecuencia, nos oprime la asfixiante sensación de que nunca nos dejarán hacer algo tan sencillo como meter un gol en la vida. Entonces vemos a esos once españoles en calzoncillos correteando por el campo; los vemos arrimar el hombro, los vemos poner tesón en el empeño, los vemos enardecidos por una ilusión común, los vemos mantener la fe en la adversidad, y el aplomo en la tarascada, y el orgullo en la derrota, y descubrimos el sentido aleccionador de lo que hacen. Así se explica el fútbol como metáfora de la vida; y cuando el arrimo y el tesón y la ilusión y la fe y el aplomo y el orgullo se llaman España, la vida adquiere una temperatura de abrazo a la que es vano resistirse. Es posible que al principio miremos en derredor con un gesto similar al de quien se encuentra una cartera en la calle; pero, si nos agachamosa recogerla, descubriremos que esa cartera es la nuestra, la cartera que nos birlaron los politiquillos y los pelmazos que quisieron desnaturalizarnos.

Ya no podremos olvidar esta Eurocopa, porque en ella recuperamos la cartera que nos habían birlado. Vendrán los pelmazos y los politiquillos a enfriar el calor de nuestros abrazos con sus cataplasmas de frías entelequias. Pero donde hubo llama siempre quedará rescoldo; y la vocación natural del rescoldo es volver a llamear. Bastará con que vengan más goles de España; y, a su calor, nos volveremos a dar abrazos, que es la forma más jubilosa y arrebatada, más natural y tranquila, de ser españoles. Y, además, en el abrazo, siempre se pilla cacho.

Juan Manuel de Prada
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De Viena al cielo: España, campeona de Europa

No es un sueño. La selección española se ha proclamado campeona de Europa a lo grande, derrotando a una marrullera Alemania y acabando con 44 años de frustraciones. Fernando Torres marcó el único gol en la final del Ernst-Happel de Viena. Luis Aragonés, manteado por los jugadores, deja el cargo como el seleccionador nacional con mejores números de la historia. El 29 de junio de 2008 pasará a la historia como uno de los días más gloriosos del deporte español. El día en el que la selección de fútbol conquistó su segunda Eurocopa después de realizar un torneo perfecto, con un saldo de cinco victorias y un empate. El fútbol le debía una a España. Y por fin ha llegado tras casi medio siglo de frustraciones. Varias generaciones presumían de haber visto el gol de Marcelino ante la Unión Soviética en el Santiago Bernabéu. Y ahora otras muchas, desde los niños a los más ancianos del lugar, podrán contar el de Fernando Torres a Alemania en el Ernst-Happel vienés, el antiguo Prater.

Fue una final épica porque los alemanes, que finalmente pudieron contar con su estrella y capitán Michael Ballack, dieron el primer susto a Casillas cuando sólo se llevaban tres minutos. Sergio Ramos cedió hacia el centro un balón comprometido que Miroslav Klose no supo aprovechar tras adelantarse a la zaga española, pero falló en el control y el balón salió por la línea de fondo. El encuentro comenzó siendo fiel al guión previsto. El balón fue para España. Tocaba la 'Roja' con Iniesta, Cesc y Xavi Hernández mandando, pero tan sólo buscaron una y otra vez el pase largo hacia los desmarques del solitario Fernando Torres. Mientras, la 'Mannschaft' supo asumir su mayor peso y experiencia en las finales para tomar el mando poco a poco, encerrando en su campo durante los diez primeros minutos a los de Luis Aragonés.

La reacción de España llegó al cuarto de hora con una incorporación por la izquierda de Xavi, que metió un preciso pase al hueco para Iniesta. El centro del manchego obligó al veterano Jens Lehmann a demostrar sus reflejos tras pegar el balón en la rodilla del madridista Metzelder, que a punto estuvo del gol en propia meta. Mucho más cerca de inaugurar el marcador estuvo Torres en el minuto 22 cuando, anticipándose a Mertesacker, remató de cabeza al palo un centro desde la derecha de Sergio Ramos. España logró sacudirse con el paso de los minutos la presión alemana, que buscaba el gol sustentado en apariciones, siempre por la izquierda, de su mejor jugador en esta Eurocopa: Lukas Podolski.

Y Torres consiguió la recompensa a su lucha rebasada la primera media hora (m.32). Esta vez sí logró ver puerta el delantero del Liverpool. La jugada del 0-1, a la postre definitivo, nació con un pase en corto de Marcos Senna para Xavi Hernández, que le metió el balón al 'Niño'. Peleó el madrileño con Phillip Lahm hasta adelantarse por velocidad y picar con suavidad sobre Lehmann para enviar el esférico mansamente a la red. Alemania acusó el golpe e incluso estuvo noqueada hasta el descanso, momento en el que España, liderada por un infatigable Torres que se fajó con la defensa germana, pudo poner más tierra de por medio en un golpeo de Iniesta para Silva que, sólo en el segundo palo, se llenó de balón y envió a las nubes según le venía. El marcador no se movió antes del intermedio y España se fue camino de las duchas a tan sólo 45 minutos del triunfo, de la gloria y, sobre todo, de su segunda Eurocopa.

La respuesta de Joachim Löw tras el paso por vestuarios fue dar aún más centímetros a la defensa con la entrada de Marcell Jansen por Lahm, pero España siguió sumando ocasiones, con disparos de Xavi y David Silva, por lo que decidió cambiar de esquema. Con Kevin Kuranyi como segunda punta, Alemania recuperó la iniciativa y la selección española pasó sus peores momentos. Cedió al juego sucio alemán e incluso Silva pudo haberse ganado la expulsión por un cabezazo a Podolski. En el minuto 59, una dejada en la frontal del área de Bastian Schweinsteiger propició un 'latigazo' de Ballack de primeras desde fuera del área, que salió rozando el lateral derecho de la red de Casillas.

Lejos de echarse atrás, España contestó con la descarada insolencia propia de una selección más joven que la alemana. De este modo, el largo peregrinar por el desierto de la 'Roja' pudo ver más de cerca su oasis con tres ocasiones prácticamente consecutivas en el minuto 66, pero el cabezazo de Sergio Ramos tras una falta botada por Xavi, el 'trallazo' del azulgrana a la salida de un saque de esquina y la incursión de Iniesta en el área pequeña fueron convertidas en simple 'espejismo' por Lehmann, en esta ocasión más acertado que en los partidos precedentes.

Nada más quemar Alemania su último cartucho con la entrada de Mario Gómez (m.78), el árbitro italiano Roberto Rosetti 'echó un cable' a los de Joachim Löw al pasar por alto un despeje con la mano fuera del área de Lehmann. Tres minutos más tarde, Senna estuvo a punto de coronar su sensacional torneo con un gol que diera la puntilla, pero no llegó a rematar en boca de gol una dejada con la cabeza de Dani Güiza, que entró en lugar del 'gladiador' Torres, tras un centro de Santi Cazorla. De ahí al final, Alemania lo intentó apoyado en el músculo y en balones al área que una y otra vez fueron repelidos con solvencia por la zaga española. El equipo corrió como loco por todo el césped del Ernst-Happel nada más decretar Roberto Rosseti el final del encuentro. Estalló la alegría en Viena y también en toda España. La selección, por fin, es campeona de algo grande. Ya iba siendo hora.


Ficha técnica del partido

Alemania, 0: Lehmann; Friedrich, Mertesacker, Metzelder, Lahm (Jansen, m.46); Frings, Hitzlsperger (Kuranyi, m.57); Schweinsteiger, Ballack, Podolski; y Klose (Mario Gómez, m.78)

España, 1: Casillas; Sergio Ramos, Puyol, Marchena, Capdevila; Senna; Iniesta, Xavi, Cesc (Xabi Alonso, m.63), Silva (Cazorla, m.65); y Torres (Güiza, m.77)

Gol: 0-1, m.32: Torres

Árbitro: Roberto Rosetti (Italia). Mostró tarjeta amarilla a los alemanes Ballack (m.42) y Kuranyi (m.87) y a los españoles Casillas (m.42) y Torres (m.73)

Incidencias: Final de la Eurocopa 2008 disputada en el Estadio Ernst-Happel de Viena ante 51.428 espectadores.
Los reyes de España, Juan Carlos de Borbón y Sofía, presidieron el encuentro en el palco

Guillermo Domínguez, LD
www.libertaddigital.es

domingo, 29 de junho de 2008

29/06/1958


O dia em que Bellini levantou a Taça do Mundo

"Levanta a Taça, Bellini! Levanta! Levanta!". Eram os gritos de repórteres, fotógrafos, jogadores e membros da nossa delegação no Mundial da Suécia, em 1958, pedindo ao capitão da Seleção Brasileira que levantasse a Taça do Mundo, para que todos pudessem vê-la e admirá-la. Vestindo camisa azul, em vez da amarela, Bellini ergueu o cobiçado troféu, num gesto que seria imitado, daí por diante, por atletas campeões ou recordistas, seja em Copas do Mundo ou Jogos Olímpicos.

" Era o fim de uma jornada de glórias, a mais bela e a mais heróica página da história do futebol brasileiro "

Era o fim de uma jornada de glórias, a mais bela e a mais heróica página da história do futebol brasileiro. O dia: 29 de junho de 1958, dia de São Pedro, um domingo frio, nublado e chuvoso no Estádio Solna Raasunda, em Estocolmo, capital da Suécia. O Brasil conquistava pela primeira vez um título mundial de futebol.

Tudo aconteceu há 50 anos. Vou contar um pouco da história, da qual participei como um jovem e anônimo torcedor, em São Paulo. Parodiando o poeta, posso dizer a todos: "meninos eu ouvi...". A Copa do Mundo não era transmitida pela TV. A gente ouvia pelo rádio. E a narração épica, de insuperáveis locutores, ora aumentava de volume, ficando clara, ora diminuía, quase sumindo, deixando milhões de brasileiros nervosos.

E a Seleção? Deus do céu! E o som aumentando, vindo lá da distante Escandinávia, voltava a entusiasmar a torcida. Daí a pouco, ia sumindo. Era um belo domingo de sol na maior parte do Brasil. Todos acreditavam naquela seleção de jovens que jogavam com honra, lealdade e amor à camisa. Nilton Santos era o mais velho, com 33 anos de idade.

Como era o Brasil naquele inesquecível 1958? Quem é jovem não imagina. "Vai minha tristeza/ E diz a ela que sem ela não pode ser/ Diz-lhe numa prece/ Que ela regresse/ Porque eu não posso mais sofrer/ Chega de saudade/ A realidade é que sem ela/ Não há paz não há beleza/ É só tristeza e a melancolia/ Que não sai de mim/ Não sai de mim/ Não sai". Nascia a Bossa Nova. E, com ela, a primorosa canção "Chega de saudade", com uma verdadeira seleção da música brasileira: letra-poesia de Vinícius de Moraes, belo e doce arranjo de Antônio Carlos Jobim, batida revolucionária do violão de João Gilberto e a voz da divina Elizeth Cardoso. "Não quero mais esse negócio/ De você longe de mim/ Vamos deixar esse negócio/ De você viver sem mim."

" A Taça representava a deusa Vitória alada com as mãos sobre a cabeça, segurando um vaso octogonal em forma de copa "

Afinal, é Copa ou Taça do Mundo? A taça, na verdade, nasceu como copa. Era chamada, nos anos 30, de "Coupe de Monde", moldada pelo artesão Abel Lafleur, da Joalheria Cristofle, de Paris. Depois, passou a ser "Coupe Jules Rimet", em homenagem ao primeiro presidente da FIFA. Custou uma fortuna na época: 50 mil francos franceses. A taça, que ficou definitivamente com o Brasil com a conquista de três campeonatos, em 1958, 62 e 70, foi roubada da sede da CBD, em 1983, e derretida por criminosos sem compromisso com a cultura e a história. Uma empresa fotográfica mandou fazer uma réplica, em 84, com os moldes originais da Copa, encontrados numa cidadã alemã. Quem não se lembra dela? Representava a deusa Vitória alada com as mãos sobre a cabeça, segurando um vaso octogonal em forma de copa. Pesava quatro quilos, sendo um quilo e oitocentos gramas de ouro puro e uma base de mármore de trinta centímetros de altura.

Na véspera do jogo final da Copa do Mundo, o nervosismo tomou conta do comando da Seleção Brasileira. Os suecos venceram no sorteio e não abriram mão de jogar com camisas amarelas. O Brasil teria que jogar com camisas de outra cor. Os dirigentes se dirigiram ao doutor Paulo Machado de Carvalho, chefe da delegação, para comunicar o fato. "Comprem as melhores camisas azuis que encontrarem", ordenou ele. Um jogo de uniformes completo foi comprado, mas sem numeração. O massagista Mário Américo e o roupeiro Francisco Assis Santos passariam a noite e a madrugada do domingo costurando números avulsos, camisa por camisa.

1958. Tempos de JK, o presidente da República Juscelino Kubitschek de Oliveira, construtor de Brasília. Seu sobrenome de origem tcheca - Kubitschek - logo se popularizou. Sob seu governo o Brasil foi marcado por grande desenvolvimento econômico e industrialização crescente, com o Plano de Metas que estabelecia 31 objetivos para serem cumpridos durante o mandato. O sonho maior de Juscelino era dar ao Brasil 50 anos de progresso em apenas cinco de governo. Ele passou à História mais por fazer um governo democrático, sem ódios ou rancores.

Na camisa de mangas compridas do goleiro Gilmar foi costurado o número 3. Na de Garrincha o número 11, em vez do 7, do ponta-direito. Na camisa de Zagalo, ponta-esquerdo, foi estampado o número 7. Por que essa numeração estranha, que veio desde o início da Copa? Meses antes, a FIFA realizou, em Paris, uma reunião para acertar detalhes do campeonato. Um deles foi a numeração da camisa de cada jogador. O Brasil não mandou representante e o delegado do Uruguai ficou com a responsabilidade de nos representar. E ele deu números ao acaso às camisas, pois não sabia, por exemplo, se Gilmar era goleiro, zagueiro ou atacante.

" 'Vamos jogar de azul. Eu mandei comprar essas camisas azuis como a cor do manto de Nossa Senhora Aparecida!' "

Um esporte de elite fazia sucesso naquele ano. Maria Ester Bueno, a maior tenista brasileira da História, começou a carreira de glórias internacional ao vencer o torneio de duplas de Wimbledon, ao lado de Althea Gibson, dos Estados Unidos. Eder Jofre, o maior dos nossos boxeadores, também despontou para a fama. Ele empatou uma luta entre pesos-galo com o uruguaio Ruben Cáceres, em Montevidéu. O pentacampeão mundial de automobilismo, Juan Manuel Fangio, da Argentina, deu adeus às pistas, com um quarto lugar no Grande Prêmio da França. No mesmo ano, Fangio não havia disputado o Grande Prêmio de Cuba. Antes da corrida, foi seqüestrado por um comando guerrilheiro do Movimento 26 de Julho, de Fidel Castro.

No dia do jogo, no vestiário do Brasil, quase na hora da entrada em campo, as camisas foram entregues aos jogadores. Eles estranharam a cor do uniforme. Paulo Machado de Carvalho esclareceu: "vamos jogar de azul. Eu mandei comprar essas camisas azuis como a cor do manto de Nossa Senhora Aparecida! Ela, que nos protegeu até aqui, vai nos proteger mais ainda! Vamos ganhar!". Os jogadores, que tinham o dirigente como um pai, aplaudiram e se benzeram. O doutor Paulo trajava o mesmo terno marrom do jogo de estréia na Copa contra a Áustria, 21 dias antes, em 8 de junho, no Estádio Rimervallen, em Uddevalla.

Eram tempos de rock n'roll, com Elvis Presley conquistando o mundo, e de versões brasileiras, uma delas cantada por Nora Ney. O letrista Miguel Gustavo fez a letra de "Rock n'roll em Copacabana", para Cauby Peixoto, o mais famoso cantor da época: "Revira o corpo/ estica o braço/ encolhe a perna e joga para o ar.../ Eu quero ver qual é o primeiro que essa dança vai alucinar.../ E continua a garotada na calçada a se desabafar.../ Eu vou cantando/ até agora não parei nem para respirar". O rock foi um fracasso. Miguel Gustavo jogou a letra do rock no baú e, 12 anos depois, na conquista do tricampeonato mundial, mudou os versos e criou com a melodia o "Pra frente Brasil". "Noventa milhões em ação/ pra frente Brasil/ do meu coração/ Todos juntos vamos/ pra frente Brasil/ salve a Seleção...".

Antes do jogo, no Estádio Solna Raasunda, os suecos continuaram a mostrar como se realizava bem um campeonato mundial. Funcionários colocaram grandes pedaços de espuma de borracha em poças d'água, para enxugar o gramado. As seleções entraram em campo, com Djalma Santos no lugar de De Sordi, na zaga direita brasileira. O titular se machucou no jogo contra a França e não se recuperou. Para chegar à final os brasileiros passaram por cinco difíceis adversários: Áustria (3 a 0), Inglaterra (0 a 0), União Soviética (2 a 0), País de Gales (1 a 0) e França (5 a 2). Os suecos marcaram logo no início do jogo, arbitrado pelo francês Maurice Guigue. Liedholm fez um a zero aos 4 minutos.

" Assistimos à Copa cantando e nos encantando com tanta poesia e musicalidade "

Menos de um ano antes da Copa, uma jovem compositora, Dolores Duran, ouviu Tom Jobim tocar ao piano uma bela melodia, com letra de Vinícius de Moraes. Ela pensou, pediu lápis e papel, e escreveu uma nova letra. Tom gostou dos versos e os mostrou a Vinícius. "Prefiro a letra dessa menina, a Dolores", respondeu o poeta com sua humilde genialidade. "Ah! Você está vendo só / Do jeito que eu fiquei/ E que tudo ficou/ Uma tristeza tão grande/ Nas coisas mais simples/ Que você tocou/ A nossa casa querida/ Já estava acostumada/ Guardando você/ As flores na janela/ Sorriam, cantavam/ Por causa de você". Assistimos à Copa cantando e nos encantando com tanta poesia e musicalidade. Menos de um ano depois do Mundial, Dolores Duran chegou em casa ao amanhecer e pediu para não ser acordada. "Vou dormir até morrer", disse. E Dolores morreu.

Braga Júnior, locutor da Copa de 58 ainda bem vivo e com muita saúde, em São Paulo, narrou pela Rádio Record, de São Paulo, em cadeia com a Rádio Globo, do Rio, o gol de empate do Brasil contra a Suécia, aos 8 minutos de jogo: "... o Brasil está perdendo por 1 a 0 para a seleção da Suécia. Vai para o ataque o time brasileiro. Garrincha é lançado. Domina Garrincha, chama Axbom, passa pela primeira vez, joga para a direita, joga o corpo para a esquerda. Saiu-se muito bem. Passa para a frente. Vai para a linha de fundo, vai se aproximando da linha de fundo. Atenção. Cruzou. Entra Vavá. Atira e... é gol! Goool da Seleção Brasileira! Está empatada a partida na Suécia...".

Em depoimento ao blog "História do futebol", Braga Júnior falou das dificuldades da irradiação: "Não havia transmissão por satélite, como hoje. A irradiação de longa distância era feita por meio de um transmissor enorme, o SSB, com duas bandas de áudio. Um som chegava mais ou menos ao Brasil. O outro chegava de forma sofrível".

A televisão se popularizava, mas ainda era só sonho de consumo da maioria da população. Os tempos eram do bambolê, do macarrão instantâneo, da lambreta, de gírias como "boa prá cachorro" (mulher bonita e sensual), "bom às pampas" (negócio legal), "boca de siri" (silêncio, segredo) e "mixuruca" (coisa de pouco valor). Uma seca brutal assolou o Nordeste, levando milhares de pessoas a deixarem a terra em busca de sobrevivência. Os destinos eram Brasília e São Paulo. A capital paulista cada vez mais agigantada assumiu o slogan "São Paulo não pode parar". Deu no que deu décadas depois...

" Garrincha dava dribles desconcertantes e fazia uma dobradinha fantástica com Djalma Santos "
O Brasil passou a dar um show de bola nos suecos. Aos 32 minutos, Vavá desempatou: Brasil 2 a 1. Garrincha dava dribles desconcertantes e fazia uma dobradinha fantástica com Djalma Santos, o zagueiro-direito. Só Djalma conseguia lançar com as mãos uma bola da lateral do campo até a pequena área adversária (alguém fez igual a ele?). Essa jogada era meio escanteio. O menino Pelé, de 17 anos, fazia diabruras no ataque, junto com Vavá. A zaga brasileira era um paredão. No segundo tempo, Pelé fez 3 a 1, aos 11 minutos. Os suecos temiam o Brasil.

Outro privilégio daquele charmoso ano 58: ler nos jornais, diariamente, autores de textos magníficos. Eram escritores, poetas e jornalistas. Não temos, hoje em dia, a satisfação de ler tantos gênios no café da manhã. Mestres na crônica, um gênero literário feito para o jornal, como Carlos Drummond de Andrade, Rubem Braga, Érico Veríssimo, Guilherme de Almeida, Mário Quintana, Fernando Sabino, Paulo Mendes Campos. Querem mais? Ainda na agitação cultural, os irmãos Haroldo e Augusto de Campos e Décio Pignatari divulgavam a poesia concretista, sob a inspiração do poeta americano Ezra Pound, na revista "Noigrandes". E o que é "Noigrandes", palavra criada por Pound? Não quer dizer nada. Um poema de Haroldo de Campos mostra o jogo verbal e o despojamento do concretismo: "De sol a sol/ soldado/ de sal a sal/ salgado/ de sova a sova/ sovado/ de suco a suco/ sugado/ de sono a sono/ sonado/ sangrado/ de sangue a sangue".

No tempo final do jogo, os brasileiros marcaram mais uma vez contra os suecos: 4 a 1. Gol de Zagallo aos 23 minutos. Mas Simonsson diminuiu aos 35 minutos. Brasil 4 a 2. O jogo era fácil para nós. Um carnaval fora de época agitava as ruas brasileiras. Amigos e famílias se confraternizavam. O primeiro título mundial do futebol brasileiro estava perto de ser conquistado. Todos se esqueciam do desastre de 1950, quando perdemos a Copa para o Uruguai em pleno Maracanã, e da vexaminosa campanha de 1954, em gramados da Suíça, quando saímos logo no início da disputa.

" No gramado do Estádio Solna Raasunda, o jogo caminhava para o final, com os deuses do futebol aplaudindo os craques brasileiros "

"Penso che un sogno così non ritorni mai più". Uma canção conquistou a Itália, o Brasil e o mundo, em 58: "Volare", de Domenico Modugno. "Voar oh oh/ cantar oh oh/ no azul pintado de azul" ("Volare oh oh/ cantare oh oh/ nel blu dipinto di blu"). No ano do campeonato, todo mundo assobiava pelas ruas a "Marcha do coronel Bogey", do filme "A ponte do Rio Kway". O escritor russo Boris Pasternak rompia a censura soviética e publicava seu romance épico "Doutor Jivago", ganhando o Prêmio Nobel de Literatura. Pasternak narra a história de um médico e poeta que, depois de apoiar a Revolução Russa de 1917, se desilude com o socialismo e fica dividido entre dois amores: a esposa Tânia e a jovem Lara, de família pobre.

No gramado do Estádio Solna Raasunda, o jogo caminhava para o final, com os deuses do futebol aplaudindo os craques brasileiros. O goleiro Svensson e os zagueiros Bergmark, Axbom, Borjesson e Gustavsson assistiam, impotentes, ao verdadeiro balé do ataque do Brasil. Aos 44 minutos, Pelé, que já assombrava o mundo com seus dribles, passes e arranques geniais, fazia o quinto gol brasileiro. Era demais... O locutor Geraldo José de Almeida berrava no microfone da Rádio Pan-Americana, de São Paulo: "... Que bola, bola, bola! Olha lá, olha, olha lá, olha lá no placar! Brasil 5 a 2!". Depois que o rei Gustavo, da Suécia, entregou a Taça do Mundo a Bellini, o dentista Mário Trigo, da Seleção, quebrou o protocolo e bateu no ombro do soberano: "Hello king! Hello king! Brasil! Brasil!...". O rei sorriu diante de tamanha felicidade.

A campanha de 1958 em campos da Suécia, que levou pela primeira vez o Brasil ao capítulo dos vencedores da história da Taça do Mundo, foi - repito com mais adjetivos - bela, romântica, épica e heróica. O filme "Carruagens de fogo", de 1981, dirigido por Hugh Hudson, que mostra o duelo de dois atletas britânicos que vão disputar a mesma prova nos Jogos Olímpicos de 1924, passa bem a idéia da obstinação de atletas na luta pela glória. Foi algo assim igual o que aconteceu naquele 29 de junho, no gramado do Estádio Solna Raasunda. Durante muito tempo todos cantariam no Brasil: "A Copa do Mundo é nossa / com brasileiro não há quem possa / o brasileiro lá no estrangeiro / mostrou como é que é / ganhou a Copa do Mundo / brincando com a bola no pé...".

Eloy dos Santos, jornalista

sábado, 28 de junho de 2008

Sonho azul




Uma seleção desacreditada revela o talento do brasileiro,supera os temidos europeus, faz a torcida sorrir e conquista nossaprimeira Copa do Mundo. O pesadelo de 1950 terminou


Foram 2.905 dias de cabeça baixa, ombros curvados e rabo entre as pernas. Durante 415 semanas, o jogador de futebol do Brasil zanzou pelos gramados estrangeiros sem saber ao certo do que era capaz. Temia descobrir sua própria identidade, pois acreditava que o drama de 1950 revelara sua fraqueza, sua covardia, sua inferioridade - o chamado "complexo de vira-latas", conforme a célebre definição do cronista Nelson Rodrigues na revista Manchete Esportiva. Na tarde do último dia 29, contudo, o escrete brasileiro mostrou pertencer à mais nobre das linhagens: a dos campeões do mundo. Noventa e cinco meses depois da mais doída tragédia da história esportiva do país, a seleção nacional enfim exorcizou os fantasmas que tiravam o sono de seus craques e assombravam seus sofridos torcedores desde a tragédia do Maracanã. Ainda não somos os maiorais da bola, é fato - os gigantes Uruguai e Itália, por exemplo, já conquistaram duas Copas cada um. Neste alegre junho de 1958, porém, ninguém mais duvida: o brasileiro é o melhor jogador de futebol do planeta.

A sensacional vitória na finalíssima contra a Suécia, no domingo - 5 a 2, placar jamais antes visto numa decisão de Copa do Mundo - lavou a alma dos brasileiros e tirou um monstruoso peso das costas dos ídolos da seleção. Afinal, todos ainda carregavam as duras lembranças da inacreditável derrota para os uruguaios, oito anos antes, no Mundial realizado no Brasil. Os jogadores, cada um a seu modo, estavam marcados pelo desastre. O lateral Nilton Santos, único remanescente do time de 1950, viu tudo de perto, do banco de reservas do Maracanã. O atleta mais velho da equipe (33 anos) chegou à Suécia sabendo que era sua última chance de superar o trauma. Se voltasse derrotado, possivelmente não retornaria à seleção. O ponta Zagalo também presenciara o Maracanazo no estádio - naquele tempo, era o praça Mário Jorge, de 18 anos, escalado pela Polícia do Exército para tomar conta da euforia dos 200.000 torcedores espremidos nas arquibancadas quando o Brasil ganhasse a taça. Zagalo não teve trabalho algum. A multidão esvaziou o gigante de concreto em meio a um silêncio sepulcral.

Longe dali, em Minas Gerais, o fatídico 16 de julho de 1950 também foi de tristeza para o menino Edson, então com 9 anos de idade. O guri mal sabia o que era Copa do Mundo, já que no torneio anterior, em 1938, nem era nascido. Mas ficou amargurado ao ver o pai, seu Dondinho, empapado de lágrimas depois do triunfo uruguaio. Edson, que naquele tempo era chamado de Dico, foi consolar Dondinho com a promessa de que um dia ganharia uma Copa do Mundo para alegrar o pai. Na final contra a Suécia, Dico, agora Pelé, fechou o marcador no último lance do jogo, fazendo seu sexto gol no Mundial. Entre todos os novos campeões, apenas um parecia imune ao trauma de 50. O ponteiro-direito Mané Garrincha, um rapagote de 16 anos no Mundial do Brasil, nem sequer ouviu a transmissão radiofônica da final contra o Uruguai. Preferiu uma pescaria em sua cidade, a minúscula Pau Grande, no interior do Rio de Janeiro. Só quando voltou do riacho é que soube da derrota. A vizinhança toda chorava, mas Mané deu de ombros - para ele, o luto pela perda da Copa era uma grande besteira.

No embarque para a Suécia, contudo, até mesmo o desligado e zombeteiro Garrincha notou que as memórias de 1950 (somadas à decepção do Mundial de 1954, na Suíça) seriam um obstáculo a mais no caminho do escrete. A equipe comandada pelo técnico Vicente Feola ainda não arrancava suspiros da torcida: passou apertado pelas Eliminatórias (contra o Peru, empate de 1 a 1 em Lima e vitória magra de 1 a 0 no Rio de Janeiro) e decepcionou no Sul-Americano de 1957 (levou duas sapatadas, de uruguaios e argentinos). Ainda assim, havia fartura de talento no elenco brasileiro, que reunia a categoria de um Didi, a experiência de um Nilton Santos, a segurança de um Bellini - além, é claro, do toque mágico dos novatos Garrincha e Pelé. Não adiantava: para cronistas e torcedores, a seleção embarcaria (em 25 de maio, num DC-7 da Panair), só para fazer turismo na Escandinávia. A crítica mais comum era de que o jogador brasileiro tinha espírito perdedor - não tinha fibra, era exageradamente humilde, se intimidava de forma vexaminosa diante de rivais estrangeiros. E quando tentava exibir alguma coragem, perdia a cabeça, se esquecia da bola e saía distribuindo caneladas e pontapés nos adversários (como na eliminação contra a Hungria de Puskas, na última Copa).


Garrincha contra a KGB

A seleção que pousará em solo brasileiro na próxima quarta-feira, 2 de julho (chegada prevista para Recife, depois de escalas e homenagens em Londres, Paris e Lisboa) não podia ser mais diferente das equipes que fracassaram no passado. Em 21 dias de participação na Copa (leia mais sobre a campanha nesta edição), o escrete não só venceu e convenceu como também encantou e fascinou os mais temíveis inimigos. Ingleses, russos e franceses ficaram pelo caminho - e aplaudiram a coroação dos novos reis da bola. O Brasil amargava a reputação de tremer frente à simples visão dos selecionados da Inglaterra ou da União Soviética, com seus esquadrões de atletas fortes, altos, loiros e destemidos. Temiam especialmente o pega com os soviéticos, logo na primeira fase. Antes da Copa, os camaradas vermelhos ganharam a fama de bichos-papões. Levaram o ouro na Olimpíada de Melbourne, em 1956, e foram à Suécia cobertos de lendas - treinavam quatro horas nas manhãs antes de cada partida; eram capazes de correr 180 minutos sem parar; tinham espiões da KGB de olho nos rivais e táticas científicas capazes de assegurar o triunfo contra qualquer oponente. Os brasileiros acreditavam que encontrariam super-homens no gramado - afinal, os russos já tinham até mandado um satélite artificial ao espaço, o Sputnik, em outubro do ano passado. Para um povo assim, derrotar onze brasileiros mirrados seria mais fácil que subir no bonde.

Pois foi justamente na partida contra a URSS, a terceira da seleção no Mundial, que o Brasil apresentou seu novo futebol ao planeta. Depois de uma vitória suada contra a competente seleção austríaca e de um empate sem gols contra os fortíssimos ingleses, o escrete nacional foi a campo com uma formação diferente: Zito, Pelé e Garrincha entraram nos lugares de Dino, Mazzola e Joel. O técnico Feola encontrara uma fórmula miraculosa. Junto do cerebral Didi, do astuto Zagalo e do vigoroso Vavá, os infernais Pelé e Garrincha formavam um ataque irresistível. E os soviéticos foram as primeiras vítimas. Os três minutos iniciais de jogo já entraram para a história do futebol. Com os russos pegos de calças curtas, o Brasil lançou um bombardeio sem precedentes contra a meta defendida pelo arqueiro Lev Yashin, o "aranha-negra". Aos 40 segundos, Garrincha já acertava a trave, depois de entortar três defensores soviéticos. Antes do primeiro minuto, Pelé já fuzilava o poste outra vez. Os suecos davam gargalhadas com os dribles dos brasileiros. O primeiro gol, de Vavá, aos 3 minutos, foi uma espécie de golpe de misericórdia - sufocados pela avalanche ofensiva dos rivais, os soviéticos pediam água. O Brasil marcaria só mais um gol, novamente com Vavá, aos 31 minutos da segunda etapa. Mas o placar não contava a história toda: os russos saíram de campo desorientados. Garrincha driblou os defensores de todas as maneiras imagináveis. O menino Pelé fez gato e sapato dos enviados do Kremlin. Só o acrobático Yashin evitou uma goleada antológica.


Fontaine e o "já ganhou'

O baile contra os russos foi o que faltava para despertar a esperança da torcida brasileira. Milhares de pessoas saíram às ruas para festejar, do Vale do Anhangabaú, no centro de São Paulo, à orla do Rio de Janeiro, tomada pelas escolas de samba em pleno mês de junho. Era a primeira vez desde 1950 que o brasileiro voltava a acreditar que a taça Jules Rimet poderia ser nossa. Nos três jogos que faltavam, porém, os craques brasileiros ainda teriam de enfrentar novamente seus velhos demônios. Apesar da vitória incontestável do talento do escrete contra os gelados soviéticos, ainda havia desconfianças a respeito do comportamento dos atletas diante das situações adversas. Na partida de quartas-de-final, o time teve paciência diante da retranca ferrenha do País de Gales. Manteve a calma, insistiu até o fim e arrancou um gol aos 28 minutos do segundo tempo, em jogada extraordinária de Pelé. Estávamos nas semifinais, entre as quatro maiores equipes do mundo. Mas a própria comissão técnica guardava uma preocupação: e quando o goleiro Gilmar, intacto durante a competição inteira, levasse seu primeiro tento? O time sucumbiria ao nervosismo ou seria capaz de absorver o golpe do primeiro gol no Mundial?

A resposta seria conhecida no duelo contra a França, dona de um arsenal poderosíssimo - era o melhor ataque do torneio (fantásticos quinze gols em quatro jogos) e tinha seu maior artilheiro, Just Fontaine (oito tentos, dois a mais que toda a seleção do Brasil). Feola e sua comissão também estavam de olho em outro adversário, que batia à porta da concentração depois de um sumiço de oito anos: o indesejável clima de já ganhou, que ameaçava roubar a atenção dos craques e sabotar as chances brasileiras justamente na fase mais aguda da Copa. Mas o escrete não vacilou: repetiu o início arrasador das partidas anteriores e marcou seu primeiro gol no segundo minuto de jogo. Aos oito, o implacável Fontaine igualou o placar. A seleção balançou, é verdade - passou os quinze minutos seguintes perdida no gramado, com a França apertando o nó. Empurrada ao ataque por Garrincha, a equipe logo acalmou os nervos, reencontrou seu jogo e saltou à frente, aos 39 minutos, numa "folha-seca" de Didi. No segundo tempo, Pelé desequilibrou a parada e anotou três tentos. Os suecos aplaudiam e riam. Para os anfitriões e para o resto do mundo, o Brasil já era o melhor da Copa. Faltava a final, justamente contra os suecos.


Sob o manto da padroeira

Como não podia deixar de ser, o último capítulo da epopéia brasileira rumo ao seu primeiro título também evocou as memórias de 1950. Primeiro foi na escolha do uniforme. Como os suecos também jogam de camisa amarela, um sorteio definiu quem disputaria a finalíssima com seu fardamento principal. Os donos da casa venceram. O Brasil teria de escolher entre o branco, o verde e o azul. O branco foi descartado logo de cara - era a camisa número um do Brasil até o drama do Maracanã. O chefe da delegação, doutor Paulo Machado de Carvalho, deixou de lado o verde da esperança e escolheu o azul, cor do manto de Nossa Senhora Aparecida, a padroeira da seleção. Na véspera do jogo, a comissão técnica adquiriu o novo fardamento no comércio de Estocolmo e costurou os números e os escudos da CBD, arrancados das malhas amarelas. Tudo pronto para a consagração. Ninguém pensava na repetição de 1950. Não até os quatro minutos de jogo, quando Liedholm marcou Suécia 1 a 0.

Esse Brasil, entretanto, era outro. As feridas do passado estavam cicatrizadas, e nenhuma assombração perturbaria a festa. Didi apanhou a bola, ergueu a cabeça e carregou o esférico com serenidade de monge até o círculo central. Quatro minutos depois, o Brasil empatava, com Vavá. A virada veio aos 32, com outro tento do inspirado avante. A torcida local trocou de lado: sabia que a derrota era inevitável e que estavam diante dos melhores. O restante do embate foi um espetáculo brasileiro, com gols de Pelé, Zagallo e outro de Pelé, no último lance da partida. Depois de marcar de cabeça, o menino caiu desmaiado e o árbitro Maurice Guigue apitou o final de jogo. Quando recobrou os sentidos, Pelé era campeão do mundo, assim como seus 63 milhões de compatriotas. O país explodiu em lágrimas - desta vez, de alegria. Enquanto centenas de milhares de pessoas saíam às ruas num carnaval improvisado, o rei da Suécia, Gustavo VI, entregava a taça Jules Rimet a Bellini, na tribuna de honra do estádio Rasunda. O capitão segurou o troféu de ouro com as duas mãos e o ergueu acima da cabeça, em direção ao céu.


Edição Extra: Brasil campeão
VEJA, junho de 1958



EDIÇÃO E REPORTAGENS: Giancarlo Lepiani ARTE: Alexandre Hoshino VÍDEOS: Carlos Eduardo Jorge

http://veja.abril.com.br/historia/copa-1958/indice.shtml

O escrete de ouro


O técnico Feola, Djalma Santos, Zito, Bellini, Nilton Santos, Orlando e Gilmar; Garrincha, Didi, Pelé, Vavá e Zagallo

Estrada para a glória

Pelé contra os 'super-homens': os primeiros minutos do embate com os soviéticos já entraram para a história do futebol


Entre Uddevalla, Gotemburgo e Estocolmo, o escretevenceu cinco jogos e empatou só um. O campeão invicto dueloucom seis seleções européias - e alcançou uma façanha inédita

A estupenda campanha da seleção brasileira na Suécia foi marcada por uma peculiaridade: da estréia até a final, o escrete só enfrentou selecionados europeus. Mesmo duelando com esses perigosos rivais no continente deles, o Brasil sempre impôs seu jogo e seu ritmo como se estivesse recebendo ingleses, russos e franceses no Maracanã ou no Pacaembu. A cadência envolvente e a habilidade ímpar dos nossos craques fizeram a torcida virar a casaca - até na decisão, contra os donos da casa, a platéia escandinava vibrava e se divertia com o futebol brasileiro. Foram seis jogos em três estádios diferentes, com cinco vitórias e só um empate; dezesseis gols marcados e só quatro gols sofridos (a melhor defesa do certame). Campeão invicto, o esquadrão brasileiro quebrou uma escrita e logrou uma façanha inédita: nas cinco primeiras Copas do Mundo, o ganhador foi sempre uma seleção do continente que abrigava o campeonato. Isso até o Brasil se tornar o penetra mais amado da grande festa do futebol mundial. A seguir, os passos dessa escalada heróica.

Edição Extra: A CAMPANHA
VEJA, junho de 1958

Osso duro, boa estréia

8 de junho, Uddevalla: Brasil 3 x 0 Áustria

Quem vê o placar do embate com os austríacos pode achar que o Brasil já começou a Copa atropelando quem viesse pela frente. Um engano: o selecionado vienense engrossou o jogo e vendeu muito caro a derrota. Na meia hora inicial, nervos à flor da pele. O escrete demorava a engrenar e esbarrava nos reflexos apurados do arqueiro Szanwald. Aos 38 minutos, porém, o avante Mazzola foi servido por Zagalo e fuzilou o quíper da Áustria. Com o primeiro tento anotado, o quadro clareou para o Brasil. O rival teve de avançar sua formação e abriu mais espaços para os nossos craques. No começo da segunda etapa, o velho e bom Nilton Santos disparou pelo lado esquerdo e arrematou a gol: Brasil 2 a 0. Mazzola fechou o marcador no penúltimo minuto. Muito antes, os austríacos já tinham desistido de valsar: frustrados com o resultado adverso, começaram a distribuir pontapés e provocações. Mas a seleção manteve o sangue frio e fechou sua estréia na liderança do grupo 4 do Mundial.

Brasil: Gilmar; De Sordi, Bellini, Orlando e Nilton Santos; Dino Sani e Didi; Joel, Mazzola, Dida e Zagallo (Técnico: Vicente Feola)

Áustria: Szanwald; Halla, Swoboda e Hanappi; Happel e Koller; Horak, Senekowitsch, Buzek, Körner e Schleger (Técnico: Karl Argauer)

Local: Estádio Rimnersvallen (Uddevalla)

Público: 25.000 pessoas

Árbitragem: Maurice Guigue (França), Jan Bronkhorst (Holanda) e Albert Dusch (Alemanha)

Gols: Mazzola, 38min do 1º tempo; Nilton Santos, 4min, e Mazzola, 44min do 2º tempo

McDonald o milagreiro


11 de junho, Gotemburgo: Brasil 0 x 0 Inglaterra

O selecionado inglês provocava arrepios nos brasileiros. Ainda estava fresca na memória a derrota de dois anos atrás (Inglaterra 4 a 2, em Wembley), quando a nossa equipe, tímida e temerosa, se encolheu frente ao quadro da casa. Por causa de uma chocante tragédia, porém, a Inglaterra que desembarcou na Suécia estava desfigurada. Em fevereiro último, um avião que transportava a delegação do Manchester United se acidentou no aeroporto de Munique, na Alemanha. Oito atletas do clube inglês morreram e dois tiveram suas carreiras encerradas precocemente. A seleção perdeu atletas como Taylor, Edwards e Byrne, e teve de convocar veteranos que participaram do vexame inglês no Mundial de 1950, como Finney e Wright. Na peleja de Gotemburgo, o Brasil foi senhor absoluto das ações. O marcador zerado pode ser atribuído a um novo candidato a santo da Igreja Anglicana: o lépido goleiro McDonald, que agarrou bolas que pareciam impossíveis e ainda contou com a sorte (o Brasil esbarrou duas vezes na trave). O escrete jogou melhor que na estréia e manteve a liderança do grupo, mas o técnico Feola ficou possesso com tantos gols perdidos. Na mira das críticas estava Mazzola: o palmeirense é cobiçado por equipes italianas e, conforme alguns integrantes da comissão técnica, andava pensando mais nas liras que pode embolsar do que nos gols que foi encarregado de marcar. Era um sinal de que Feola ensaiava mexer no time.

Brasil: Gilmar; De Sordi, Bellini, Orlando e Nilton Santos; Dino Sani e Didi; Joel, Mazzola, Vavá e Zagallo (Técnico: Vicente Feola)

Inglaterra: McDonald; Howe e Banks; Clamp, Wright e Slater; Douglas, Robson, Kevan, Haynes e A'Court (Técnico: Walter Winterbottom)

Local: Estádio Nya Ullevi (Gotemburgo)

Público: 30.000 pessoas

Arbitragem: Albert Dusch (Alemanha), Bertil Loeoew (Suécia) e Istvan Zsolt (Hungria)

Caem os super-homens

15 de junho, Gotemburgo: Brasil 2 x 0 União Soviética

Chegava a hora de decidir a classificação contra o futebol científico dos soviéticos. O Brasil entrou no gramado do estádio Nya Ullevi com três novidades: Zito, implacável na marcação da meia-cancha, e os talentosos Pelé e Garrincha, grandes esperanças da torcida nacional. O resultado foi extraordinário. Nem mesmo as muralhas do Kremlin seriam capazes de resistir ao bombardeio inclemente do ataque brasileiro no início da partida. O famoso goleiro Lev Yashin viu-se desamparado diante do poderio ofensivo dos adversários. A jornada brasileira foi tão inspirada que os russos, que chegaram com a reputação de super-heróis invencíveis, pareciam não acreditar na humilhação a que estavam sendo submetidos. A imprensa local e internacional também não acreditava que o Brasil tivesse mantido na reserva a infernal dupla formada por Pelé e Garrincha. O menino do Santos, contudo, ainda se recuperava de lesão (leia reportagem nesta edição). Já Garrincha, do Botafogo, vinha sendo guardado para um momento delicado como este, em que o Brasil precisava ousar e surpreender para seguir na briga pela taça. De uma coisa ninguém mais duvidava: os dois tinham entrado no time para não sair mais.

Brasil: Gilmar; De Sordi, Bellini, Orlando e Nilton Santos; Zito e Didi; Garrincha, Vavá, Pelé e Zagallo (Técnico: Vicente Feola)

União Soviética: Yashin; Kesarev, Kuznetsov e Voinov; Krijevski e Tsarev; Aleksander Ivanov, Valentin Ivanov, Simonian, Igor Netto e Ilyin (Técnico: Gavril Katchaline)

Local: Estádio Nya Ullevi (Gotemburgo)

Público: 50.000 pessoas

Arbitragem: Maurice Guigue (França), Birger Nielsen (Noruega) e Carl Jorgensen (Dinamarca)

Gols: Vavá, 3min do 1º tempo; Vavá, 32min do 2º tempo

Um teste para cardíaco

19 de junho, Gotemburgo: Brasil 1 x 0 País de Gales

O primeiro choque eliminatório da seleção na Suécia foi de altíssima tensão. O embate de quartas-de-final contra os galeses poderia significar a volta para casa e uma nova decepção. A importância da partida deixou a equipe e a torcida com os nervos à flor da pele. Para complicar ainda mais a situação, o escrete se via outra vez diante de uma muralha britânica. Assim como o inglês McDonald, o galês Kelsey parecia ser feito de borracha. Fez mais de vinte defesas na partida, contra duas ou três de Gilmar. O que não quer dizer que o Brasil não passou sustos: Allchurch chegou a acertar a trave de Gilmar. O Brasil também saiu de campo inconformado com a arbitragem de Friedrich Seipelt. O homem de preto, austríaco, deixou de anotar dois pênaltis escandalosos - e depois ainda anulou um golaço de bicicleta de Mazzola (menos distraído com as liras italianas e de volta ao time por causa de uma lesão de Vavá). O Brasil seguiu adiante na Copa graças a Pelé, que marcou seu primeiro tento no Mundial. Anotado o gol, o guri genial agarrou-se ao esférico no fundo das redes enquanto era abraçado pelos companheiros. Faltavam dois jogos para o Brasil conquistar o mundo.

Brasil: Gilmar; De Sordi, Bellini, Orlando e Nilton Santos; Zito e Didi; Garrincha, Mazzola, Pelé e Zagallo (Técnico: Vicente Feola)

País de Gales: Kelsey; Williams e Hopkins; Sullivan, Mel Charles e Bowen; Medwin, Hewitt, Webster, Allchurch e Jones (Técnico: Jimmy Murphy)

Local: Estádio Nya Ullevi (Gotemburgo)

Público: 25.000 pessoas

Arbitragem: Friedrich Seipelt (Áustria), Albert Dusch (Alemanha) e Maurice Guigue (França)

Gol: Pelé, 13min do 2º tempo

Duelo de matadores

24 de junho, Estocolmo: Brasil 5 x 2 França

A semifinal, marcada para o estádio Rasunda, podia ser considerada uma decisão antecipada do certame - afinal, colocava frente à frente a melhor defesa (do Brasil, ainda não vazada) e o melhor ataque (o da França, com quinze tentos anotados). Se os brasileiros contavam com Didi municiando Garrincha e Pelé, os franceses tinham Kopa preparando as jogadas para as conclusões fulminantes de Just Fontaine, oito gols na Copa. Nosso escrete já sabia que seria quase impossível escapar ileso de um duelo com Fontaine. Era necessário, portanto, ter um ataque ainda mais contundente que o dos rivais. E foi o que aconteceu em Estocolmo. Vavá, acionado por Garrincha, apresentou o cartão de visitas brasileiro logo no segundo minuto, fazendo 1 a 0. O matador francês respondeu cinco minutos depois, furando pela primeira vez a defesa brasileira no Mundial. A arbitragem não validou um gol de Zagalo aos 14, mas não foi preciso lamentar: Didi, com sua inconfundível "folha-seca", colocou o Brasil na frente no fim da primeira etapa. O segundo tempo foi todo nosso: numa reedição do show contra os russos, a seleção marcou mais três, todos com Pelé. Os defensores gauleses se enervaram e, como de costume nas partidas recentes do Brasil, abusaram da violência. Mas quem conhece de bola se curvou ao talento do rival. O fabuloso Just Fontaine, espantado com Pelé, foi de encontro ao brasileiro para aplaudi-lo e cumprimentá-lo depois do último gol. E Kopa, de cabeça inchada pela tempestade de gols, previu que ninguém tiraria a taça da nossa seleção.

Brasil: Gilmar; De Sordi, Bellini, Orlando e Nilton Santos; Zito e Didi; Garrincha, Vavá, Pelé e Zagallo (Técnico: Vicente Feola)

França: Abbes; Kaelbel e Lerond; Penverne, Jonquet e Marcel; Wisnieski, Fontaine, Kopa, Piantoni e Vincent (Técnico: Albert Batteaux)

Local: Estádio Rasunda (Estocolmo)

Público: 27.000 pessoas

Arbitragem: Benjamin Griffiths (País de Gales), Raymon Wyssling (Suíça) e Reginald Leafe (Inglaterra)

Gols: Vavá, 2min, Fontaine, 9min, e Didi, 39min do 1º tempo; Pelé, 8min, 19min e 31min, e Piantoni, 38min do 2º tempo

Carnaval no Rasunda

29 de junho, Estocolmo: Brasil 5 x 2 Suécia

A contar pelo futebol apresentado pelas duas seleções no Mundial, só havia duas fórmulas capazes de derrotar o Brasil frente a Suécia: uma dose exagerada de confiança, que pudesse transbordar num clima de já ganhou, ou a escassez de fibra e coragem, que colocasse tudo a perder logo na primeiro momento desfavorável. Do primeiro problema a comissão técnica se livrou com relativa facilidade: fechou a concentração, em Hindas, e evitou que os jogadores fossem expostos às notícias excessivamente otimistas que circulavam pelo país. Os jornais e revistas brasileiros eram itens proibidos no hotel. A segunda preocupação se evaporou logo no começo da decisão da Copa. O Brasil tomou o primeiro gol, logo aos 4 minutos. Mas os futuros campeões do mundo não se abateram. Quatro minutos depois, empataram o placar e deram a partida para a goleada. O tempo chuvoso, o gramado enlameado, a torcida sueca - nada atrapalharia nossa conquista. Vavá virou o jogo, Pelé marcou outro, Zagalo deixou o seu e Pelé anotou o último, no lance que encerrou a Copa, perto dos 45 minutos do segundo tempo. Às lágrimas, os heróis se abraçavam. Aplaudidos por toda a platéia, que comemorava como se fosse a Suécia a campeã, eles desfilaram pelo gramado do Rasunda carregando um estandarte do país-sede. O rei Gustavo VI estava no campo, mas a verdadeira majestade era o futebol do Brasil.

Brasil: Gilmar; Djalma Santos, Bellini, Orlando e Nilton Santos; Zito e Didi; Garrincha, Vavá, Pelé e Zagallo (Técnico: Vicente Feola)

Suécia: Karl Svensson; Bergmark e Axbom; Börjesson; Gustavsson e Parling; Hamrin, Gren, Simonsson, Liedholm e Skoglund (Técnico: George Raynor)

Local: Estádio Rasunda (Estocolmo)

Público: 51.800 pessoas

Arbitragem: Maurice Guigue (França), Albert Dusch (Alemanha) e Juan Gardeazabal (Espanha)

Gols: Liedholm, 4min, Vavá, 9min e 32min do 1º tempo; Pelé, 10min, Zagallo, 23min, Simonsson, 35min, e Pelé, 45min do 2º tempo

Plano de vôo

Concentrados no hotel em Hindas, prontos para a consagração: desta vez a seleção brasileira não foi a passeio

A delegação campeã enterrou a era do improviso e dabagunça – comandada por Paulo Machado de Carvalho, foiorganizada, eficaz e prudente. É uma lição para todo o país

Não foi só dentro das quatro linhas que esta seleção campeã mundial inovou e surpreendeu. Nos bastidores da equipe houve outra revolução, quase tão decisiva para a conquista quanto o amadurecimento dos futebolistas do país. A delegação do Brasil na Copa foi um exemplo de organização e eficácia, encerrando um constrangedor histórico de despreparo, bagunças, negligência e até corrupção. Nos certames passados, a seleção viajava ao exterior de forma mambembe, como um bando de peladeiros de final de semana. O Brasil de 1958 funcionou como um relógio suíço. Desta vez não havia cartolas querendo ganhar projeção política ou algum trocado por fora; não existia improviso nos traslados ou desordem na concentração; não havia nem quebra-galhos nem o jeitinho de última hora. A Confederação Brasileira de Desportos (CBD) traçou um plano completo e seguiu esse receituário à risca. O tumultuado mundo do futebol, quem diria, deu exemplo para o resto do país – que, sob os auspícios do presidente Juscelino Kubitschek, tenta se modernizar, crescer e enriquecer.

A CBD começou a preparar o roteiro brasileiro para a Copa no ano passado, com a formação de uma comissão técnica séria e capacitada. O presidente da confederação, João Havelange, confiou ao seu vice, doutor Paulo Machado de Carvalho, a chefia da delegação. O dirigente, patrono do São Paulo Futebol Clube, é um empreendedor de enorme sucesso (entre as suas empresas estão, por exemplo, a TV Record e a Rádio Panamericana). Ele logo avisou: não queria perder tempo com uma patuscada qualquer. Se fosse o chefe, viajaria à Suécia para fazer bonito. E assim foi. A comissão foi montada com o supervisor Carlos Nascimento, um sujeito austero e obcecado pela ordem; o médico Hilton Gosling, um dos melhores do Rio de Janeiro; o preparador físico Paulo Amaral, responsável pelo condicionamento do Botafogo; e o tesoureiro Adolpho Marques, ligado ao Fluminense. A comissão trabalharia sempre em conjunto, tomando as decisões em equipe – respeitada a hierarquia que dava a palavra final a Paulo Machado de Carvalho, é evidente. Faltava a última peça: o treinador. Por causa do modelo de trabalho a ser adotado, o técnico tinha de ser um sujeito aberto, tranqüilo e nada vaidoso. A decisão demorou a ser tomada. Apenas em março a CBD anunciou sua escolha: Vicente Ítalo Feola, de 48 anos, supervisor do São Paulo.


Cáries e lombrigas

O rotundo e pacato Feola não era a primeira opção para ninguém – afinal, não era técnico nem mesmo do seu próprio time, onde o húngaro Bela Gutman ocupava a função de treinador de campo. O sucesso do São Paulo campeão paulista de 1957 atestava a capacidade do indicado, mas temia-se que a seleção ficaria órfã de um comandante de pulso firme e personalidade marcante. Bobagem. Feola tinha o perfil talhado para a função que a CBD imaginava. Conduziria o time sem rompantes desnecessários, aceitaria as decisões do resto da comissão e não provocaria atritos internos. Poucos técnicos no país topariam discutir em equipe a escolha dos jogadores – Feola era um deles. Enquanto o treinador e seus auxiliares selecionavam a lista de convocados, a CBD já tinha pronto todo o itinerário para a Copa – hotéis, vôos, campos de treinamento e deslocamentos por terra estavam marcados desde o ano passado. O médico Gosling foi pessoalmente à Suécia e apontou os locais ideais para a concentração, garantindo conforto e paz aos atletas. A programação, de 7 de abril (apresentação dos jogadores) até 29 de junho (final do Mundial), estava definida nos mínimos detalhes – até o horário dos treinos já fora agendado.

Antes do início dos treinamentos físicos, técnicos e táticos, os jogadores escolhidos foram submetidos a outra etapa inédita numa preparação da seleção. Pela primeira vez, passariam por uma extensa bateria de exames médicos, coisa incomum no futebol do Brasil. Sinal do atraso do esporte nacional, o resultado foi de cair o queixo: os jogadores, que são os mais bem pagos do país, tinham problemas sérios, como lombrigas, circulação ruim e anemia. Há rumores de que um atleta tinha sífilis. Garrincha teve de operar as amígdalas, cirurgia que já deveria ter sido realizada dois anos antes. Isso sem falar nos dentes: foram arrancados centenas deles das bocas dos 33 jogadores que integravam a lista preliminar de convocados. Encerrado o banho de sangue das extrações, o dentista da seleção, doutor Mário Trigo, continuou integrando a comissão. Além de permanecer de prontidão para possíveis emergências odontológicas, ajudava a entreter os atletas – era o melhor piadista do corpo diretivo, característica importante para ajudar a espantar a tediosa rotina das concentrações.


Teste psicotécnico

Nem todas as novidades lançadas pela comissão técnica emplacaram. Em resposta à preocupação geral com as reações imprevisíveis dos jogadores frente a seus rivais europeus, a CBD chamou um profissional jamais antes visto na seleção: um psicólogo. O doutor, chamado João Carvalhaes, prometia testar a inteligência e o equilíbrio mental dos nossos craques para identificar quem tinha um temperamento menos agressivo e impulsivo. Feitos os experimentos, Carvalhaes concluiu que nem Pelé nem Garrincha tinham condição psicológica ideal para enfrentar os desafios da Copa. No caso de Pelé, o especialista apontou preocupação com a imaturidade do craque (que, vale lembrar, ainda tem 17 anos) e sugeriu seu corte da equipe. Garrincha foi reprovado por outros motivos – teria agressividade nula e inteligência inferior à média. Já na Suécia, os testes foram repetidos antes da partida contra os soviéticos. Dos onze titulares, só dois foram aprovados. Curiosamente, Pelé foi um deles (o outro foi Nilton Santos). Se desse ouvido a Carvalhaes, Feola teria de trocar quase o time todo. A comissão, porém, tinha outras virtudes além da organização e do apreço à ciência – assim como as melhores mentes modernas, era coerente e tinha bom senso. O parecer do psicólogo foi ignorado, e os instáveis brasileiros desmoralizaram os robóticos soviéticos.

Edição Extra: A PREPARAÇÃO
VEJA, junho de 1958

Nasce uma lenda

Um garoto de ouro: orgulhoso, doutor Paulo Machado de Carvalho afaga Pelé no vestiário depois da conquista do título


Senhoras e senhores, conheçam Pelé, a maior revelação da história das Copas. Até onde pode chegar este prodígio de apenas 17 anos? E quantos Mundiais será capaz de conquistar?

Desde o começo de sua preparação para a Copa do Mundo, no início de abril, a seleção do Brasil já sabia que contava com uma jóia rara, um tesouro cuja descoberta seria capaz de mudar seu futuro para sempre. Três dias antes de viajar para a Europa, contudo, o escrete quase perdeu esse diamante bruto pelo caminho. Era o último amistoso da equipe antes do embarque. O adversário era o Corinthians, no estádio do Pacaembu. O jogo valia só pela preparação do selecionado (e para engordar o caixa da CBD, que gastaria uma fortuna na viagem à Europa). A jóia brasileira estava no gramado: Edson Arantes do Nascimento, ou simplesmente Pelé, um prodígio de apenas 17 anos. E não é que Ari Clemente, um tosco zagueiro do time paulista, desferiu uma botinada quase homicida no joelho direito do novo craque? Pelé berrou de dor, saiu do gramado aos prantos e deu sinais de que poderia não se recuperar a tempo de jogar o Mundial. Seria possível que, por uma tolice dessas, o Brasil perderia a chance de apresentar ao mundo um talento ímpar como o do menino?

O amistoso foi mesmo um desastre. Não pelo resultado - 5 a 0 Brasil, sem o menor esforço -, mas sim pela recepção lastimável concedida ao escrete. Além da sapatada em Pelé, houve sonoras vaias ao Brasil. A torcida do Corinthians queria a convocação de Luizinho, de 28 anos, que jamais emplacou na seleção e joga justamente na posição de Pelé. Revoltados, os integrantes da comissão técnica tentavam acalmar o garoto no vestiário e diagnosticar com precisão qual tinha sido a gravidade da lesão. A notícia dada pelo médico Hilton Gosling era preocupante: Pelé podia não ficar curado até a Copa. Por ser tão moço, contudo, ainda tinha uma tênue esperança de melhorar no decorrer do torneio. O comando técnico podia cortá-lo ali mesmo, evitando decepções futuras. Mas resolveu apostar em Pelé. Talvez tenha sido a providência decisiva da seleção para conquistar a Copa pela primeira vez. Depois de uma semana, já em solo europeu, Pelé, ainda de joelho inchado, pediu voluntariamente para ser cortado. Mas Feola e Gosling não desistiram.

Comedores de criancinhas

Pelé tem voz grave e físico surpreendente para a idade, o que faz com que muitos esqueçam que se trata de um rapagote. Humilde, tímido e meio caipira, chegou ao Santos há dois anos, vindo de Bauru, no interior de São Paulo. Apesar da recente convivência com os craques do Santos, incluindo alguns integrantes da atual seleção, Pelé ainda não aprendeu todas as manhas do jogador de bola. É por isso que se transformou num alvo freqüente das brincadeiras e piadas dos colegas de concentração na Suécia. Os mais velhos (ou seja, todos) pregavam-lhe peças e zombavam de sua inocência, mas Pelé dava de ombros e ria também. Essa falta de malícia preocupava parte da comissão técnica, que tinha dúvidas sobre o aproveitamento do guri na Copa. Pelé se recuperou a tempo da partida mais aguardada da primeira fase, contra os soviéticos. Surgiu o dilema: ele estava pronto para um desafio tão espinhoso? E justo contra os vermelhos, os comedores de criancinhas? Pelé acabou sendo escalado. E a resposta à dúvida geral foi respondida em cerca de um minuto. Esse foi o tempo de que o menino precisou para acertar a trave dos russos.

Daquele momento até o fim da Copa, Pelé não saiu mais da equipe. No encerramento do certame, já era a grande atração. O mundo reagia com assombro quando ouvia que aquele gênio da bola não tinha nem carteira de motorista. Rápido, habilidoso, inventivo, preciso - é um craque completo, apesar de não ter idade para tal. O que mais impressiona no garoto é justamente isso: sua arte parece ser instintiva, e seu talento, algo nato, que não precisou do tempo para brotar. Agora as dúvidas que cercam Pelé são outras: se continuar nesse ritmo vertiginoso de evolução, até onde poderá chegar? Com idade para jogar mais três ou quatro Copas, quantos troféus ainda conquistará para nós? Pelé não pensa em nada disso: só quer saber de jogar seu futebol e se divertir com os companheiros no gramado. Ainda levará um longo tempo para tomar consciência de seus feitos extraordinários. Ao anotar o último gol da Copa, no lance derradeiro do certame, fechou um capítulo inesquecível da história do esporte. Que seja apenas o primeiro protagonizado por ele. Pelé já surge como uma figura de proporções mitológicas. Aguardem: vem muito mais por aí.

Edição Extra: PERFIL
VEJA, junho de 1958

A magia do drible

Chinelada no 'Aranha Negra': Mané Garrincha estréia no Mundial e solta a bomba contra a meta do soviético Yashin


Mané Garrincha, o alquimista das fintas, conseguiu o queninguém acreditava ser possível: fazer a torcida da casa torcer peloBrasil. O arisco ponteiro deu um banho nos zagueiros

O grande xodó da torcida sueca na Copa foi um brasileiro de pernas tortas e fintas mágicas: Mané Garrincha, o principal artista do certame. Menos escandinavo que ele, impossível - descendente de índios, mirrado, galhofeiro e nada profissional, o ponta-direita do Botafogo é tudo o que os anfitriões da Copa não estão acostumados a ver num estádio de futebol. Ao contrário dos discípulos da escola sueca, pragmática e sem rodeios, Garrincha tem um estilo de jogo esfuziante. Sua forma de atuar é marcada por uma verdadeira obsessão: o drible. Na cabeça do ponteiro, o objetivo do jogo é entortar, desmoralizar e desorientar o maior número possível de adversários. Se os dribles o levarem à linha de fundo, ótimo: Garrincha procura um avante na grande área e presenteia o colega com o esférico. Se o caminho das fintas o conduzir até o gol, ainda melhor - o craque tem um canhão no pé direito e também costuma guardar seus tentos (ainda que na Copa não tenha marcado nenhum). Garrincha participou de quatro partidas do Mundial. Desde que entrou, transformou a feição do jogo do Brasil e o destino da seleção no torneio.

Revelado pelo Botafogo em 1953, Garrincha, de 24 anos, já fazia a alegria da torcida no Rio de Janeiro havia tempos. Defendendo a seleção, entretanto, ele jamais tinha conseguido ser o mesmo ponteiro contundente e endiabrado que se apresentava pelo clube. Em função disso, seu nome não aparecia na lista dos mais cotados para disputar a Copa no início deste ano. O titular mais freqüente vinha sendo Joel, do Flamengo. E ainda havia Julinho, da Fiorentina, o maior ponta-direita brasileiro (pelo menos até a participação de Garrincha no Mundial). É um fato raro a CBD convocar à seleção atletas que militam em clubes do exterior. Mas Julinho era exceção à regra - seria, se tudo corresse dentro do previsto, o titular absoluto da posição na Suécia. Em carta enviada à confederação, o atleta, um rapaz de caráter exemplar, agradeceu pelo convite, mas rejeitou a chamada. Para o craque, seria uma injustiça roubar o doce da boca de outro ponteiro em atividade no país, tirando a vaga de alguém que vinha participando de toda a preparação bem na hora de disputar a Copa do Mundo. E foi assim, como uma segunda opção, que Garrincha foi parar na Suécia.


Trupe malabarista

Matreiro, descompromissado e sem apreço algum pelas estratégias, Garrincha não participou das duas primeiras partidas da seleção. A comissão técnica temia que ele não seguisse orientação nenhuma e acabasse prejudicando a dinâmica do resto da equipe. Contra a Áustria, por exemplo, era necessário que nosso ponta-direita ajudasse na marcação. Que ninguém esperasse isso de Garrincha. O disciplinado Joel cumpriu o papel direitinho - idem contra os ingleses. Mas no terceiro jogo, contra os russos, chegava a hora de surpreender e chocar os oponentes. A seleção começou a partida com uma ordem expressa do técnico Vicente Feola: a bola devia ser entregue a Garrincha, o novo titular, que trataria de assustar os soviéticos com seu ritmo frenético. Deu certo: os rivais bateram cabeça e, de quebra, os bailados de Garrincha ainda conquistaram a simpatia da torcida local.

Seria assim até o final. A imprensa da Suécia passou a anunciar as partidas seguintes do Brasil como se fossem espetáculos de uma trupe de malabaristas, com o abusado Mané Garrincha à frente. Quando ele recebia a bola, o estádio todo congelava na expectativa do drible. Depois, com os zagueiros batidos e atordoados, a torcida ria e aplaudia efusivamente. A contribuição de Garrincha, no entanto, não ficou restrita a esses momentos de diversão. É justo dizer que, sem o ponta-direita, a taça poderia ter escapado das mãos dos brasileiros. Na final, Garrincha só não fez chover porque Estocolmo já fora castigada por um temporal na manhã da partida. Depois que a Suécia abriu o placar, Garrincha fez duas vezes a mesma jogada: atropelou três defensores, foi à linha de fundo e cruzou para Vavá. Dois gols quase idênticos, virada brasileira. Os lances ainda convenceram boa parte da torcida sueca a trocar de lado e vibrar com o selecionado visitante. Só mesmo um mágico para tirar da cartola um truque tão improvável.

Edição Extra: PERFIL
VEJA, junho de 1958

Os heróis de uma nação

Retrato de um país inteiro: o escrete campeão na Suécia reunia paulistas, cariocas, alagoanos, gaúchos, mineiros..


Um arqueiro confiável, uma defesa valente, ummeio-campo criativo e um ataque explosivo. No banco, um treinador queconhece do riscado. Eis a receita de um escrete campeão

Trinta e cinco homens representaram o Brasil na Copa do Mundo da Suécia. Do chefe da delegação ao roupeiro, dos goleiros aos atacantes, todos honraram as cores do país. Como recompensa, entraram para a história e ganharam uma vaga cativa no coração da torcida. A delegação que retornará da Europa no próximo dia 2 de julho (e que será homenageada em desfiles e cerimônias em Pernambuco, Rio de Janeiro e São Paulo) pode ser considerada um retrato bem-acabado do Brasil. Tem o doutor Paulo Machado de Carvalho, um magnata das comunicações, mas também o folclórico massagista Mário Américo, um sujeito simples e folgazão; o supervisor Carlos Nascimento, homem severo e às vezes arredio, e o dentista Mário Trigo, comediante nas horas vagas. Entre os atletas, há brancos, negros e pardos; há paulistas, cariocas, alagoanos, gaúchos e mineiros. Os zagueiros têm sobrenome de italiano, mas Garrincha descende de índios. Nos surtos mais agudos do nosso complexo de vira-latas, essa mistura chegou a ser apontada como razão dos fracassos da seleção. Alguns cronistas abraçavam conceitos racistas e diziam que o time, de forte miscigenação, tinha um eterno e inevitável espírito de perdedor. O sucesso na Suécia comprova que nossa rica variedade de talentos é, na verdade, uma fórmula para a vitória. A seguir estão algumas dessas histórias de sucesso.


O segredo do cofre

Gilmar: liderança, firmeza e personalidade debaixo dos paus

Goleiro menos vazado do certame, GILMAR, de 27 anos, ganhou seu lugar no time titular por transmitir segurança a todos os setores da equipe. Além de fazer defesas estupendas, é um dos líderes do grupo. O quíper do Corinthians nasceu em Santos e chegou ao futebol da capital paulista meio que por acaso, como contrapeso na negociação de um obscuro meia do Jabaquara. Acabou conquistando três títulos paulistas. Na Suécia, segurou um rojão: assim como já ocorrera com Barbosa, injustamente apontado como o vilão da derrota em 1950, corria o risco de amargar sozinho a culpa por um possível revés na Copa. Que nada. Gilmar foi o fiador da vitória, agarrando todas debaixo dos paus.


Xerifes da grande área

A defesa brasileira passou incólume pelos quatro primeiros jogos da Copa. Mérito da dupla formada por BELLINI, o zagueiro central, e DE SORDI, o lateral-direito. Quem ouvia os dois nomes nos alto-falantes dos estádios suecos achava que a zaga da Itália tinha entrado no campo com o time errado. Mas Bellini, de 28 anos, e De Sordi, de 27, são do interior de São Paulo, onde começaram suas carreiras. O primeiro, hoje no Vasco da Gama, é um líder nato. Com uma ascendência natural entre os companheiros, mereceu a honra de ser o capitão e, na final, levantar a taça Jules Rimet - foi o primeiro brasileiro a tocá-la. De Sordi, atleta do São Paulo, marcador determinado e valente, não teve a mesma sorte: contundiu-se na semifinal e não pôde jogar a decisão. Depois de cinco jogos esplêndidos, não apareceu na foto do time campeão (em seu lugar entrou Djalma Santos, da Portuguesa).


Repertório refinado

Disparando para o ataque: Nilton Santos prepara o arremate e marca contra a Áustria
Desafia-se a torcida a encontrar, em qualquer parte do globo, um defensor que trate tão bem a bola quanto NILTON SANTOS, o lateral-esquerdo da seleção. A classe e a fineza deste atleta de 33 anos, titular do Botafogo há dez, são singulares. O fenômeno tem explicação: o craque começou a carreira como atacante, cujos grandes prazeres eram driblar e marcar gols. Como seu repertório é completo - afinal, também é capaz de marcar e armar o jogo -, já se apresentou nas mais diversas funções. Nilton tem uma característica ímpar para um lateral. Ao invés de se limitar a defender o flanco e conter o ponta adversário, parte para o ataque como se ele próprio fosse um ponteiro quando consegue roubar a bola. Alguns técnicos são levados ao desespero pelo seu estilo - como Flávio Costa, que o manteve no banco na Copa de 1950. Em 1954, já era titular. Numa de suas arrancadas, Nilton Santos marcou o segundo gol da seleção na Copa da Suécia. Quando percebeu que o lateral disparava para o ataque, o técnico saltou do banco e implorou para que voltasse. Tarde demais: o lateral que também é artilheiro já tinha guardado a bola na rede. Restou a Feola aplaudir a ousadia.


O pelotão de elite

O maestro Didi: categoria e 'folha-seca'

Se fossem integrantes de um regimento militar, ZITO e DIDI seriam a dupla responsável pelo funcionamento dos canhões - o primeiro traz a munição, o segundo efetua os disparos. Zito, 31 anos, médio-volante do Santos, é mestre em cercar o adversário, tomar-lhe a bola e entregar o balão aos armadores. Já Didi, 28 anos, grande maestro do time do Botafogo, é o encarregado de fazer funcionar todo o ataque. É dele que partem os lançamentos precisos para Garrincha, Pelé e Vavá - ou, quando a defesa vacila, os tiros de longa distância contra a meta adversária. Dono de um chute inimitável, a fantástica "folha seca", Didi foi o cérebro da seleção durante toda a aventura sueca. Zito, que entrou apenas no terceiro jogo, contra a União Soviética, tornou-se o ponto de equilíbrio da equipe - nosso futebol cresceu tanto que ele agarrou de vez a camisa titular.


Operários do gol

O trabalho podia parecer fácil: empurrar para o fundo das redes as bolas que chegavam após as tramas geniais costuradas por Didi, Pelé e Garrincha. Mas a missão dos avantes VAVÁ e MAZZOLA estava longe de ser um passeio no parque. Na Copa, os avançados brasileiros depararam-se com zagueiros de espantosa força física (além de modos nada delicados). Eles eram verdadeiros touros, e exigia-se coragem de quem fosse enfrentá-los. Mazzola, 19 anos, jogador do Palmeiras, começou o Mundial como titular. Marcou duas vezes logo na estréia, contra a Áustria. Mas os rumores de que estaria negociando uma transferência para o futebol da Itália irritaram a comissão técnica, que o colocou na geladeira depois das várias chances de gol perdidas no jogo contra a Inglaterra. Nas quartas-de-final, contra os galeses, Mazzola ganhou nova chance e não decepcionou. Mas o grande artilheiro da seleção na Suécia foi o vascaíno Vavá, de 23 anos. Destemido e brigador, fez frente aos gigantes europeus e marcou cinco gols - incluindo os dois da vitória contra os soviéticos e outros dois tentos na final. É justa uma menção honrosa a ZAGALO, de 26 anos, ponta-esquerda do Flamengo. Titular do escrete do primeiro ao último minuto da Copa, fez um trabalho de formiguinha, recuando à meia-cancha para ajudar na marcação e dar mais liberdade aos artistas do ataque. Ainda foi premiado com um gol na final, seu único no certame.


Ele não dorme no ponto

O rotundo Feola: sempre acordado

Impassível e bonachão (mas profundo conhecedor de bola), VICENTE ÍTALO FEOLA foi uma escolha inesperada para o comando técnico da seleção na Copa do Mundo. Ele havia largado a função de treinador em seu time, o São Paulo, por sofrer de problemas cardíacos - o gorducho comandante, 48 anos e mais de 100 quilos, fora promovido a supervisor do clube (com o cargo de técnico de campo entregue ao húngaro Bela Gutman). Feola conduziu sua equipe com discrição e tenacidade na Copa, mas ficou marcado por um injusto boato: o de que pegava no sono durante treinos e até jogos. Ficou difícil desmentir a história depois que fotógrafos flagraram o comandante de olhos cerrados em pleno banco. Na comissão técnica todos sabem, porém, que Feola sofre de angina. Quando abaixa a cabeça e fecha os olhos, está apenas esperando a angustiante dor no peito passar. De qualquer forma, Feola parecia não ligar para a boataria. Paulo Machado de Carvalho também não se importava. Afinal, o cartola conhecia o técnico de longa data e sabia muito bem do que Feola era capaz: montar um time bem arrumado, trabalhar sem alarde e manter uma convivência agradável com todo o elenco de jogadores.

Edição Extra: A DELEGAÇÃO
VEJA, junho de 1958

Um herói do Brasil para o mundo

A luta da argentina Carolina Larriera para preservar a memória de seu companheiro, Sérgio Vieira de Mello, o comissário da ONU morto num atentado terrorista em Bagdá.

Quem vê Carolina deslizar pela manhã ensolarada da Lagoa ao centro do Rio de Janeiro em cima de uma bicicleta não imagina que a loura de 35 anos, cabelos até a cintura, seja sobrevivente de um dos atentados mais violentos ocorridos no Iraque. Carolina não perdeu a visão como a secretária Lynn Manuel nem teve as pernas amputadas como o especialista em refugiados Gil Loescher. Ela não perdeu a vida como seu companheiro, Sérgio Vieira de Mello, chefe da missão da ONU no país em guerra. Mas perdeu o mundo como ela o conhecia e a fé na organização em que trabalhava como economista havia oito anos. Para Carolina, a ONU não se esforçou o suficiente para salvar o homem de sua vida ou para esclarecer a autoria do atentado.

Em 2003, o brasileiro Vieira de Mello aceitou o pedido do então secretário-geral da ONU, Kofi Annan, de trocar o tranqüilo posto de alto-comissário dos Direitos Humanos em Genebra pelo horror instalado no Iraque em guerra. Iria por quatro meses, desde que pudesse levar junto sua equipe e Carolina. No atentado, morreram 22 pessoas. E do casamento com Carolina, marcado para dali a dois meses, só sobrou a aliança do noivo, que ela usa junto com a sua, na mão direita.

No dia 19 de agosto completam-se cinco anos que um caminhão com mais de 300 quilos de explosivos foi detonado, levando parte do Canal Hotel, endereço da ONU em Bagdá onde Vieira de Mello trabalhava havia 11 meses. O prédio ruiu às 16h27 no meio de uma reunião com cinco pessoas chefiada por Vieira de Mello. Só Loescher se salvou. Sem as pernas. As três horas de agonia que se seguiram dariam um filme de horror. Era o primeiro dos atentados suicidas dos fanáticos da Jihad. O pânico tomou conta dos sobreviventes ensurdecidos pela explosão e cegos pela fumaça.

Sem ferramentas apropriadas para resgatar os presos nos escombros, os seguranças apenas impediam a passagem. Carolina tentou sem sucesso driblar a barreira até bater firme num soldado, escalar as ruínas prestes a desmoronar, perder as sandálias, rasgar a parte de trás da saia sem se importar com o que ficava à mostra e encontrar o que procurava. “Sérgio, estou aqui, você está aí?”, perguntou em castelhano, sua língua natal. “Carolina, estou tão contente, você está o.k.”, ele respondeu. “Minhas pernas estão doendo, Carolina, me ajude.” Ela prometeu tirá-lo dali. “Volte rápido”, ele disse, “te amo.”

“Quero mostrar o Sérgio que conheci, com suas dúvidas, certezas, inseguranças, erros e acertos”
Carolina chora várias vezes enquanto conta o suplício de três horas na busca de ajuda por Bagdá, pela ONU, pelos postos médicos. Só encontrou pessoas saindo de férias ou sem material para içar paredes, ferros, salvar as vítimas. Os jornalistas filmavam a cena. “Não filmem”, ela implorava, “ajudem.” Não deu tempo.

Nos cinco anos que se seguiram, a vida da argentina Carolina Larriera virou de cabeça para baixo. Ela se mudou para o Rio de Janeiro, onde Vieira de Mello nasceu há 60 anos e onde a então futura sogra, Gilda, de 90 anos, se tornou sua fiel aliada. No Rio, ela planeja o que para muitos parece impossível. “Trazer Sérgio de volta”, diz.

Entre as aulas na Pontifícia Universidade Católica (PUC) e a chefia do DNDi (sigla em inglês para Iniciativa de Medicamentos para Doenças Negligenciadas), que funciona no escritório dos Médicos Sem Fronteiras, Carolina desenvolve dois projetos. Um é a pesquisa de remédios para doenças que afetam os pobres, como a malária, mas não são prioridade dos grandes laboratórios. O outro é o próximo 19 de agosto.

Carolina deu depoimento para o documentário de Amal Moghaizel, Quem Matou Sergio Vieira de Mello, falou para outro documentário rodado em Londres para a HBO e forneceu precioso material para a biografia Chasing the Flame (No Rastro da Fama – Sergio Vieira de Mello e a Luta para Salvar o Mundo, Cia. das Letras). A autora, historiadora e ex-assessora de Barack Obama, Samantha Power, virá em agosto para o lançamento da edição brasileira do livro.

Carolina escreve ainda um livro com anotações de Vieira de Mello para revelar o que faltou na biografia de 622 páginas. “Samantha fez a radiografia do homem público, quero mostrar o Sérgio que conheci, dúvidas, certezas, inseguranças, erros e acertos.”

Como faz a cada aniversário do 19 de agosto, Carolina vai liderar um encontro em Nova York com sobreviventes, parentes e amigos das vítimas e dos 200 feridos do atentado de Bagdá ainda sem rumo na vida. Logo voltará ao Brasil para realizar seu maior feito. É a Fundação Sérgio Vieira de Mello, no centro do Rio.

Existe uma Fundação Sérgio Vieira de Mello em Genebra, criada pela ex-mulher do homenageado, a francesa Annie Personnaz, e pelos dois filhos do casal: Laurent e Adrien. Mas está vedada a Carolina e à mãe de Vieira de Mello, Gilda. Annie já não vivia havia dez anos com o marido. Ambos travavam um divórcio litigioso quando ele morreu. Mesmo assim, afirma Gilda, tornou “Sérgio Vieira de Mello” uma marca registrada na Suíça.

“Annie fez de meu filho um produto, como a Coca-Cola, e eu não admito”, diz. “Ninguém pode fazer nada sem pedir licença a ela, que já impugnou alguns filmes e homenagens, reteve bens e objetos que dei para o meu filho, impede que suas teses circulem e não deixa que meus netos falem comigo. Na homenagem da ONU em Genebra, quis negar meu direito de acender uma vela para meu filho.”

Gilda acusa Annie de ter se aproveitado de seu cansaço emocional durante o velório no Palácio da Prefeitura do Rio para levar o caixão do ex-marido para Genebra, onde foi enterrado no Cemetière des Rois. Perto da tumba do escritor argentino Jorge Luis Borges, mas longe da companheira e da mãe. “Fiquei chocada.”

Gilda teme que Annie impeça o funcionamento da fundação brasileira. A fundação conta com o respaldo do presidente Lula e do senador Eduardo Suplicy, autor sem sucesso de apelos a Kofi Annan para que houvesse uma apuração precisa sobre a autoria do atentado. E com figuras de peso na cena internacional, como a alta-comissária de Direitos Humanos e sucessora de Vieira de Mello, Louise Arbor; do fiscal do Tribunal Penal Internacional, Luis Moreno Ocampo; da ex-ministra de Desenvolvimento da Noruega e atual vice-diretora do Unicef, Hilde Johnsson; e da embaixadora da Boa Vontade da Acnur (Alto-Comissariado da ONU para Refugiados) e cantora lírica Barbara Hendricks.

Mas ninguém dará mais força ao projeto que José Ramos-Horta. O presidente do Timor Leste contou com o apoio de Carolina enquanto se recuperava num hospital da Austrália do atentado que sofreu neste ano. “Falei para ele quanto gostaria de ter acompanhado Sérgio a um hospital, aonde ele nunca chegou. Vivi uma experiência catártica.” Ramos-Horta foi o primeiro a anunciar, em janeiro, num banquete oferecido por Lula em Brasília, a criação da fundação no Brasil.

Foi no Timor que Sérgio Vieira de Mello fez a virada profissional e limpou de quebra a imagem da ONU, desgastada pela guerra da Bósnia em 1994. Os capacetes azuis ou serviam de “sanduicheiros” ou eram tachados de inúteis até em filmes como No Man’s Land, do diretor bósnio Danis Tanovic. Tudo em nome da neutralidade que, segundo Samantha Power, Vieira de Mello seguia à risca, deixando passar em branco os crimes de guerra dos sérvios. Ganhou, por isso, o apelido de “Sérvio” Vieira de Mello. Também andou pelas lojas de Belgrado à procura de um presentinho para o ditador Slobodan Milosevic, porque, dizia, em nome da paz negociaria “até com o diabo”. “Tive de apertar a mão de criminosos de guerra”, afirmava. Mas foi humilde para retornar aos Bálcãs em 1999 durante a investida da Sérvia sobre o Kosovo e o bombardeio da Otan às posições sérvias.

Foi no Timor, como “governador de fato” de 1999 a 2002, que Vieira de Mello chegou ao auge da carreira, denunciando as violações de direitos humanos cometidas pelo governo da Indonésia – que reivindicava a posse do Timor e se opunha à independência do país. Responsável por reconstruir o país das cinzas, o brasileiro hoje figura na galeria dos mártires do Timor.

Vieira de Mello atuou em lugares que vão de Bangladesh ao Sudão, da Moçambique recém-independente à América Latina dos ditadores, do Líbano durante o ataque israelense aos campos palestinos de Sabra e Chatila ao Camboja de 1 milhão de mortos, da Iugoslávia destruída à Ruanda em frangalhos. “O medo”, dizia, “é péssimo conselheiro”, e repetia como seu pai, diplomata “aposentado” pelo golpe militar de 1964, “a audácia é o dom dos vencedores.”

Assediado por jornalistas do mundo inteiro que reconheciam nele um líder aberto ao diálogo e às críticas, formado em Filosofia pela Sorbonne, em Paris, Vieira de Mello era dono de um incrível charme. Power descreve-o como “um misto de James Bond e Bob Kennedy”.

O cineasta irlandês Terry George (Hotel Ruanda) prepara a filmagem de Sergio, baseado na vida do brasileiro. Para Terry, “Vieira de Mello era para a ONU o que Che Guevara é para os cubanos, dizer Sérgio é como dizer Mandela...”. George está em dúvida se o protagonista será Daniel Day-Lewis, George Clooney, Brad Pitt...

Para Vieira de Mello, o papel de namorador terminou no Timor, quando conheceu Carolina Larriera. Os dois dividiram casa e conta bancária durante três anos e meio (“Sérgio cozinhava melhor...”), partilhavam o cotidiano prosaico e profissional, planejavam ter uma filha e se instalar no Brasil. A língua do afeto entre os dois era o português. Carolina mostra o anel de água-marinha, uma pedra brasileira. “Sérgio fazia questão”, diz. Ela chora outra vez.

“É como juntar um milhão de peças dolorosas. Além de tudo eu também estava no prédio, a 10 metros da sala de Sérgio. Vivi o impacto da bomba. É como um ricochete, a sacudida que fica no corpo depois que você dá um tiro com uma arma, só que elevado à milésima potência.”

Norma Couri
Época, nº 524, junho de 2008

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