Para qué engañarnos, no suele ser muy habitual que el tramoyista de un teatro llegue a presidente de una república. Tampoco lo es (seguimos sin engañarnos) que llegue a tal puesto un intelectual comprometido, y mucho menos un dramaturgo, por más que la política tenga mucho de teatro, de papeles y papelones.
Sin embargo, hay algún caso. Como el de Václav Havel, tramoyista, intelectual disidente y dramaturgo que llegó a presidir Checoslovaquia y la República Checa durante catorce años. Havel dejó la política activa (la pasiva nunca se deja) y sufrió dos mazazos, la muerte de Olga, su primera esposa, y el diagnóstico de un cáncer de pulmón contra el que sigue peleando con el mismo espíritu con que lo hizo contra los soviéticos, pero que ayer le impidió estar en Madrid en la presentación de «Sea breve, por favor. Pensamientos y recuerdos» (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), un libro en el que repasa buena parte de una vida intensa y exprimida al límite. «Václav Havel ha sido un intelectual que siempre se la ha jugado al máximo»", recordaba ayer Monika Zgustova, «traductora oficial», periodista y amiga del político checo. «Es un hombre que siempre ha situado su responsabilidad por encima de todo, incluso por encima de su salud».
En agosto de 1968 los tanques del Pacto de Varsovia aplastaron las flores de la Primavera de Praga y Václav Havel decidió su paso a la disidencia activa desde su tribuna como intelectual y dramaturgo, escribiendo obras del teatro del absurdo en las que satirizaba al totalitarismo, en la línea de lo hecho por Ionesco y Beckett. De manera que Havel se convirtió en símbolo y bandera de la disidencia y, como decía ayer Monika Zgustova, «también se convertía en conciencia de su pueblo».
Por su parte, el filósofo Eugenio Trías destacó que en el libro del político y autor checo «se nota mucho el pulso del dramaturgo, y hay en él una voluntad literaria natural, nunca forzada». Trías también recordó su paso por Praga antes de la caída del Telón de Acero, allá por 1974 («era uno de los regímenes más sórdidos que han existido»), y subrayó el hecho de que el libro, que mantiene una estructura «poliédrica», es también «muy incisivo, está dotado de un gran sentido del humor, y en él vemos al político y al literato fundidos».
Havel, marcado por el destino, y «la gran dosis de azar», en palabras de Trías, por los que «es un dramaturgo que de repente se ve como conciencia nacional de su país». Tras resaltar la «admiración de Havel por el pueblo norteamericano y su democracia», el autor de «La edad del espíritu» concluyó asegurando que «la figura de Václav Havel es absolutamente excepcional; no puedo imaginarme a alguien como él, un tipo de intelectual que me recuerda a Azaña, en otro contexto, en otro país».
Manuel de la Fuente
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