sábado, 28 de junho de 2008

A Urkullu en su «kullu»

El encantador presidente del PNV, Iñigo Urkullu o Urcullu -conozco a un Urcullu que le gusta más su apellido con «c»-, anunció días atrás que en la semifinal España-Rusia de la Eurocopa, su equipo era Rusia. Después lloran porque no se les quiere. Urkullu es una variación del apellido Urcola, y significa «lugar de abedules». Los lugares en los que crecen y se juntan los abedules acostumbran a ser altos y poco hospitalarios por los vientos y los fríos. Un gran hayedo norteño, unido y compacto en la vertiente de una montaña, le regala la cumbre a los abedules, para que sufran. Urkullu, es por lo tanto, un sufrimiento, un abatimiento zarandeado, una tortura ventosa, por cuanto en los altos de nuestro norte -el de todos los españoles, que abarca de las rías gallegas a la roca del Cabo Híguer con Fuenterrabía, última piedra de España-, los vientos son poco disciplinados, y en un segundo el nordeste se torna nortazo, el noroeste abre el camino al Sur, y todo el que vive en la cumbre se vuelve tarumba.

Escribía Ignacio Camacho en «ABC» -este periódico no censura a los talentos que escriben en la competencia-, que los llamados soberanistas son, en buena parte, unos soberanos tontos. Que el presidente de un partido autonómico, vocacionalmente local y por ende aldeano, manifieste con tanto desparpajo el desprecio por su propia nación -reacción muy española, por otro lado-, es, además de una falta de cortesía y educación, una soplapollez deslumbrante. Los nacionalismos se gastan decenas de millones de euros en campañas de publicidad para atraer visitantes del resto de España a sus autonomías, y esas palabras de Urkullu, el del lugar de los abedules, no ayudan a fructificar la inversión. En tiempos pasados, para que los españoles visitáramos con placer las provincias vascongadas no se precisaba de publicidad alguna.

Pero a Urkullu, el de los vientos encontrados, el adorable «geborro» que imita en el vestir a los tradicionales de Guecho, le ha salido mal la jugada. Su amada Rusia ha sido contundentemente derrotada por su odiada España -odiarse a sí mismo es el colmo de la majadería-, y la euforia de la camiseta roja, el escudo español y la Bandera de todos, ha alcanzado hasta la cumbre de sus torturados abedules. Y eso no lo puede resistir.

Por lógica, en la final, Urkullu, el mal soplado de vientos, se pondrá del lado de Alemania. En este caso, su germanofilia tiene más sentido que su amor por Rusia. En un seminario alemán estudió unos años Javier Arzallus. Y en Bonn, que en aquellos tiempos era la capital de la Alemania libre, ya los estudios de jesuita culminados, Arzallus fue el capellán de la Embajada de España en Alemania, siendo embajador Sebastián de Erice, y todos los domingos oficiaba la Santa Misa en la residencia del embajador, sin olvidar jamás en las preces a «nuestro Caudillo Francisco Franco», que no era petición obligatoria, sino opcional. Es probable, que en homenaje a Arzallus y a sus peticiones a Dios por «nuestro Caudillo Francisco Franco», Urkullu desee la victoria de Alemania, una Alemania unida y compacta que derribó el muro y acogió con los brazos abiertos la ruina de la división y la tragedia del comunismo. De cualquier manera, España ya ha ganado, estando donde está.

Séame aceptado el «animus jocandi» en lenguaje coloquial que pone fin a este escrito hispano-ruso. Urkullu, que le den por el kullu.

Alfonso Ussía
La Razón - www.larazon.es

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