Puedo entender que millones de miembros, simpatizantes y electores del Partido Demócrata hayan votado a favor de Barack Husein Obama porque es joven, guapo, negro (o mestizo), con labia y carisma, y porque piensen que así, con ese voto, han lavado las culpas de una América racista, guerrera e imperialista, y que podrá surgir una nueva era evangélica, pacífica y bucólica, no sólo en los USA, sino en el mundo entero (con lo cual, implícitamente, consideran que los EEUU son el mundo entero). Puedo entenderlo, pero...
Yo, desde luego, considero que un presidente de Estados Unidos negro (o mestizo) es una perspectiva simpática, curiosa, y hasta podría ser positiva. Pero no Obama, uno de los peores productos de la clase política norteamericana. Como no soy racista, no considero que el color de su piel tenga la menor importancia política. Lo que me interesa es su programa demagógico y embustero.
Según he leído y oído en los medios españoles y franceses, que son los que más consulto, su proyecto es de lo más sencillo: felicidad para los norteamericanos y paz en el mundo. ¿Quién puede estar en contra? Pues yo. Yo niego que un presidente de lo que sea pueda decidir sobre mi felicidad; y en cuanto a la paz universal, es para morirse de risa.
En uno de sus últimos discursos de campaña, Obama declaró que se sentía heredero de Roosevelt, Truman y Kennedy. Me imagino que tendré que recordar a algunos de mis lectores que esos tres presidentes de los USA, que no fueron los peores, hicieron la guerra. Roosevelt tuvo que bregar lo suyo para implicar a EEUU en la Segunda Guerra Mundial, lo cual logró después del traicionero ataque japonés a Pearl Harbor. Truman continuó dicha guerra, y dio la orden de bombardear atómicamente Hiroshima y Nagasaki, lo cual nada tiene del pacifismo evangélico que reivindica Obama. Y en cuanto a Kennedy, el candidato Obama parece olvidar que participó activamente en la guerra de Vietnam, y que puso el mundo al borde de la guerra cuando exigió a Kruschof que retirara los cohetes atómicos que había instalado en Cuba. Kruschof, entonces, se rajó.
Yo no sé qué quiere decir Obama cuando declara que logrará la felicidad para los norteamericanos. No sé si se refiere a una comunión metafísica con un presidente negro, o al bienestar y al nivel de vida del personal. Recordaré que en los USA la inmensa mayoría de las empresas son privadas, y si los presidentes pueden aumentar o disminuir los impuestos, disminuir o aumentar las pensiones, y cosas así, la salud de la economía, su vitalidad, sus éxitos y sus fracasos dependen esencialmente de los empresarios, mucho más que en Europa, donde el Estado desempeña aún un papel exorbitante.
Lo que más me preocupa de Obama es su política internacional; en este sentido, sus declaraciones son escalofriantes. Para mí, Obama es un buen predicador y un pésimo político. No lo ve así, claro, esa opinión pública demócrata, pacifista, bucólica y evangélica que le ha votado; y lo ha hecho precisamente por eso, porque habla de paz, de rendición, de que los enemigos pueden convertirse en amigos si se toma el té y se charla con ellos.
Habla de retirar las tropas de Irak y Afganistán, lo cual es coherente con su discurso pacifista, pero la realidad es muy diferente. Si las tropas aliadas se retiran de esos dos países, estallarán inmediatamente tremendas y sangrientas guerras civiles en ellos, y, con la ayuda de Irán, lo más probable es que ganen los más extremistas, y que se restablezca el totalitarismo talibán en Afganistán, y que en Irak se imponga uno similar, y que desde esas nuevas bases los islamistas radicales se lancen a la conquista de países como Pakistán, Jordania, el Magreb –en Argelia, los terroristas islámicos son muy activos–, y, claro, volverán a atentar en Europa y USA. Una catástrofe anunciada.
Es posible que, entonces, las maestras jubiladas, los jóvenes hippies y yuppies, los intelectuales progres, las estrellas de Hollywood que han votado en estas primarias a favor de Obama con el señuelo de la paz universal y la ilusión de tener un presidente negro se den cuenta de que han abierto las puertas a sus asesinos. Porque si creen que Obama va a convencer, pongamos, a Ben Laden –siendo, para colmo, un renegado del islam–, es que son idiotas peligrosos. Y es lo que son, me temo.
Sin conocer los Estados Unidos tan bien como José María Marco, sé, sin embargo, que las instituciones norteamericanas son sólidas y democráticas, y pese a estas primarias demócratas tan largas y conflictivas, con un despilfarro de dólares apabullante, el Senado, por ejemplo, sea quien sea el próximo presidente, seguirá ejerciendo su control, y podrá impedir, o limitar, las locuras anunciadas. De todas formas, un presidente de los Estados Unidos tiene mucho poder, especialmente en política internacional, y yo me temo que la voluntad de apaciguamiento de Obama con las "fuerzas del mal", como dice Bush, pondría en peligro, una vez más, a Israel.
Reconciliarse con Irán, Hezbolá, Hamás, etc, como promete Obama, no puede ser más que a costa de Israel. En este caso, los países musulmanes, radicales o no, sunitas o chiitas, Irán y Siria, pese a sus conflictos y a sus guerras fraticidas, están todos de acuerdo: hay que borrar Israel del mapa, hay que echar a los judíos al mar, hay que terminar la gran obra de Hitler. Yo lo siento, pero a mí me interesa más la existencia de Israel –que, además, actualmente no va bien– que saber quién será el próximo presidente de Estados Unidos. Desde luego, para Israel también es importante quién sea el próximo inquilino de la Casa Blanca.
Según he leído y oído en los medios españoles y franceses, que son los que más consulto, su proyecto es de lo más sencillo: felicidad para los norteamericanos y paz en el mundo. ¿Quién puede estar en contra? Pues yo. Yo niego que un presidente de lo que sea pueda decidir sobre mi felicidad; y en cuanto a la paz universal, es para morirse de risa.
En uno de sus últimos discursos de campaña, Obama declaró que se sentía heredero de Roosevelt, Truman y Kennedy. Me imagino que tendré que recordar a algunos de mis lectores que esos tres presidentes de los USA, que no fueron los peores, hicieron la guerra. Roosevelt tuvo que bregar lo suyo para implicar a EEUU en la Segunda Guerra Mundial, lo cual logró después del traicionero ataque japonés a Pearl Harbor. Truman continuó dicha guerra, y dio la orden de bombardear atómicamente Hiroshima y Nagasaki, lo cual nada tiene del pacifismo evangélico que reivindica Obama. Y en cuanto a Kennedy, el candidato Obama parece olvidar que participó activamente en la guerra de Vietnam, y que puso el mundo al borde de la guerra cuando exigió a Kruschof que retirara los cohetes atómicos que había instalado en Cuba. Kruschof, entonces, se rajó.
Yo no sé qué quiere decir Obama cuando declara que logrará la felicidad para los norteamericanos. No sé si se refiere a una comunión metafísica con un presidente negro, o al bienestar y al nivel de vida del personal. Recordaré que en los USA la inmensa mayoría de las empresas son privadas, y si los presidentes pueden aumentar o disminuir los impuestos, disminuir o aumentar las pensiones, y cosas así, la salud de la economía, su vitalidad, sus éxitos y sus fracasos dependen esencialmente de los empresarios, mucho más que en Europa, donde el Estado desempeña aún un papel exorbitante.
Lo que más me preocupa de Obama es su política internacional; en este sentido, sus declaraciones son escalofriantes. Para mí, Obama es un buen predicador y un pésimo político. No lo ve así, claro, esa opinión pública demócrata, pacifista, bucólica y evangélica que le ha votado; y lo ha hecho precisamente por eso, porque habla de paz, de rendición, de que los enemigos pueden convertirse en amigos si se toma el té y se charla con ellos.
Habla de retirar las tropas de Irak y Afganistán, lo cual es coherente con su discurso pacifista, pero la realidad es muy diferente. Si las tropas aliadas se retiran de esos dos países, estallarán inmediatamente tremendas y sangrientas guerras civiles en ellos, y, con la ayuda de Irán, lo más probable es que ganen los más extremistas, y que se restablezca el totalitarismo talibán en Afganistán, y que en Irak se imponga uno similar, y que desde esas nuevas bases los islamistas radicales se lancen a la conquista de países como Pakistán, Jordania, el Magreb –en Argelia, los terroristas islámicos son muy activos–, y, claro, volverán a atentar en Europa y USA. Una catástrofe anunciada.
Es posible que, entonces, las maestras jubiladas, los jóvenes hippies y yuppies, los intelectuales progres, las estrellas de Hollywood que han votado en estas primarias a favor de Obama con el señuelo de la paz universal y la ilusión de tener un presidente negro se den cuenta de que han abierto las puertas a sus asesinos. Porque si creen que Obama va a convencer, pongamos, a Ben Laden –siendo, para colmo, un renegado del islam–, es que son idiotas peligrosos. Y es lo que son, me temo.
Sin conocer los Estados Unidos tan bien como José María Marco, sé, sin embargo, que las instituciones norteamericanas son sólidas y democráticas, y pese a estas primarias demócratas tan largas y conflictivas, con un despilfarro de dólares apabullante, el Senado, por ejemplo, sea quien sea el próximo presidente, seguirá ejerciendo su control, y podrá impedir, o limitar, las locuras anunciadas. De todas formas, un presidente de los Estados Unidos tiene mucho poder, especialmente en política internacional, y yo me temo que la voluntad de apaciguamiento de Obama con las "fuerzas del mal", como dice Bush, pondría en peligro, una vez más, a Israel.
Reconciliarse con Irán, Hezbolá, Hamás, etc, como promete Obama, no puede ser más que a costa de Israel. En este caso, los países musulmanes, radicales o no, sunitas o chiitas, Irán y Siria, pese a sus conflictos y a sus guerras fraticidas, están todos de acuerdo: hay que borrar Israel del mapa, hay que echar a los judíos al mar, hay que terminar la gran obra de Hitler. Yo lo siento, pero a mí me interesa más la existencia de Israel –que, además, actualmente no va bien– que saber quién será el próximo presidente de Estados Unidos. Desde luego, para Israel también es importante quién sea el próximo inquilino de la Casa Blanca.
Y ya que tanta religión ha chorreado por doquier en estas primarias demócratas, algo bastante increíble en Europa, ruego a los creyentes de aquel país que recen y sobre todo voten por John McCain, que creo representa lo mejor de la tradición democrática norteamericana.
Carlos Semprún Maura
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