A los progres, sobre todo, les gustaría que los obispos de la Iglesia católica se dedicasen sólo a rezar piamente el rosario con nuestras madres y abuelas en las tardes brumosas del invierno o sofocantes del estío. A una buena parte de la gente de la derecha, también. Y, sobre todo, a las madres y abuelas de los votantes de Llamazares o de los nacionalistas, pues esas suelen ser, además, muy fervorosas. Ay, Dios mío, qué cambio más grande el de esas hijas de aquellas madres que amé tanto.
Más del 75% de los españoles se confiesan católicos, y si ascendemos a la generación que nos precedió, llegaríamos al 95%. Pero, hete aquí, que a los obispos les da, como con la Monarquía, la República o en tiempos de Franco, por hablar: que si la libertad, que si el aborto, que si el terrorismo, que si las células madres, que si los pobres y desheredados, que si el crucifijo, que si esto o que si lo otro. Hablan de todo y por su orden, ¡faltaría más! Y lo hacen con la libertad de espíritu del que no aspira a obtener un escaño en el Congreso de los Diputados; lo único que quieren es ganarse el escaño del cielo.
No es fácil. Si el arzobispo de Barcelona firma un manifiesto de apoyo al nacionalismo y al Estatuto, o se descuelga con unas explosivas declaraciones periodísticas, está dentro del canon. Pero si otro cardenal arzobispo, el de Madrid por ejemplo, habla en similares términos aunque en otra dirección, pues todos los caminos llevan a Roma, le cae un descomunal chaparrón mediático.
En fin, quizás sea cierto, como ha dicho el profesor Carroggio, que puede ser contraproducente que la Iglesia se inmiscuya en debates públicos sobre los que existe una legítima pluralidad de opciones. Aunque también es cierto que la Iglesia no sólo debe opinar sobre el aborto, el divorcio y las células madres: la libertad, la igualdad y la fraternidad -de soltera caridad- nacieron con el cristianismo.
Jorge Trías Sagnier
www.abc.es
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