terça-feira, 10 de junho de 2008

Una Heinecken en Air Berlin

Habrá quien piense que todo es casualidad, que nada tienen que ver entre sí los líos en los que se han metido ahora por aquí dos grandes empresas extranjeras, el gigante cervecero Heineken y la segunda compañía aérea de Alemania, Air Berlín. Algunos creerán que son absurdos el uno y el otro, los conflictos de dos empresas prósperas y omnipresentes en esta nueva realidad carpetovetónica que nos depara la sublime combinación de socialismo mágico y nacionalismo tribal, realidad yeyé ella, tan cervecera y viajera, tan buenrrollista, simpática y faldicorta, tan falta de complejos y burlona hacia todo lo que no sea ella mísma. ¿Quién podía augurarles a dichas empresas, que se rigen por criterios de estricta racionalidad, que habrían de verse inmersos en lastimosos tumultos de credos, supersticiones y fanatismos precisamente en el país que más presume de no creer en nada?

El origen de estos peripatéticos conflictos no está en la rivalidad empresarial ni de trampas de la competencia. No se debe a la desaceleración pausada, ni al miedo a la crisis de nunca jamás ni al acopio de mercancías del histerismo antipatriótico. La cosa es más simple que todo eso. Las pobres grandes compañías ahora protagonistas a pesar suyo han seguido albergando esperanzas o quizás incluso certezas de estar operando en un país europeo desarrollado normal en el que los códigos de convivencia social se hallan medianamente intactos. Eso hoy en día es un craso error.

Heineken y Air Berlín se han convertido en involuntarios protagonistas de conflictos que surgen precisamente del desprecio a estos códigos por parte de fuerzas dominantes en esta realidad española anómala en su entorno europeo. No han hecho sino defender la primacía del respeto una y la otra la vigencia del sentido común. La cervecera ha decidido retirar su publicidad de la cadena de televisión La Sexta porque considera perjudicial para sus intereses y su responsabilidad corporativa que se anuncie su imagen de marca con un programa de agresión sistemática y gratuita a la Iglesia católica e insultante para los católicos. No hay que ser católico ni creyente para considerar que el programa de marras es una ofensa continuada que busca herir y denostar a millones de españoles para deleitar y nutrir al rufianismo intelectual del que son máximo exponentes dueños y protectores de la cadena amiga de La Moncloa.

Air Berlin ha expresado su estupor ante la deriva hacia el absurdo de las leyes lingüísticas que proliferan por regiones españolas y que son, como bien dice, un insulto a la inteligencia y el sentido común, además de un atentado contra el futuro de quienes las padecen. La compañía del señor Joachim Hunold sólo ha cometido un pecado, que es el lograr que una azafata en cada vuelo de bajo costo hablara el español además del alemán e inglés. Ese es el problema real -el odio que no descansa- que se esconde tras el victimismo de pancatalanistas y la impudicia del presidente de la Generalitat, que defiende una política de la que sus hijos se refugian en el colegio alemán de Barcelona. Triste es que el mundo empresarial y económico español no tenga coraje para denunciar tanto desafuero. Pero eso también es parte de la anomalía vergonzosa de la triste juerga española. Para salir de ella, nada mejor que una Heineken en un vuelo de Air Berlin.

Hermann Tertsch
www.abc.es

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