Tal como se está preparando la propaganda en los cuarteles generales de los candidatos, la elección del pueblo americano se reduce a votar a Bush III si se apoya al senador McCain o, por el contrario, a Carter II si el elegido resulta ser Barack Obama. Una alternativa poco cómoda para muchos.
Afortunadamente la demagogia suele no verse correspondida con la realidad. La extravagancia del candidato John McCain respecto al dogma republicano puede que le haga ser mejor que un Bush III para muchos, mientras que la radicalidad del senador Barack Obama despierta seriamente la duda de si no será mucho peor que Carter.
No importa por quien se decanten las preferencias personales, los americanos tendrán que optar en noviembre por el cambio: por más presencia en el mundo o por huir de él. Obama sueña con luchar solo las guerras que él elija; McCain con ganar las que tenga que luchar. Y parece claro que uno no escoge libremente a sus enemigos.
El cambio que pregona el candidato demócrata no sabemos aún a dónde lleva. Es una cuestión de fe y esperanza en el nuevo líder. La visión de McCain no puede resultar para nadie ni cómoda ni atractiva, pues es una llamada a la responsabilidad y al sacrificio ante tiempos de incertidumbre: Si hay que quedarse en Irak, allí seguirán las tropas; si hay que luchar con más soldados en Afganistán, se enviarán más; si hay que forzar a Irán y frustrar sus ambiciones nucleares, se contemplarán todas las opciones...
Pero el pueblo americano parece estar cansado de que su país tenga que ser el gendarme del mundo y pagar la enorme factura que conlleva. Exhaustos por lo que hacen y desencantados con los demás, por lo que no hacen. A América se la critica si no actúa, pero se la critica mucho más cuando lo hace.
El cambio que esconde el senador Obama es una imposible vuelta a un pasado donde la seguridad de los Estados Unidos no se veía afectada por lo que decidieran un puñado de desharrapados en las montañas de Tora Bora. Pero de falsas ilusiones también se llenan las urnas.
Rafael L. Bardají
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