Cuarenta años y un día lleva la ETA asesinando gente desde que comenzó su andadura siniestra, y eso es lo que les va a tocar pasar en la cárcel, por cada crimen, a cada heroico gudari que caiga en poder de la justicia. A estas alturas ya deben haber abandonado toda esperanza de lograr algún objetivo político, habida cuenta de que hasta el iluminismo optimista de Zapatero tuvo que frenar en seco su aventurerismo negociador forzado por la presión de una opinión pública que no está dispuesta a bailar sobre la sangre de las víctimas. Matar sí pueden, claro, y ayer lo volvieron a intentar con cinco kilos de explosivo en la rotativa de «El Correo», pero ya escribió Bertolt Brecht que cuando alguien cae en la primera línea, otro ocupa de inmediato su lugar. Y aunque los periodistas podemos llegar a tener, uno a uno, el mismo miedo que cualquiera, no se puede silenciar ni a un periódico ni a una profesión. Ya lo han intentado antes muchas veces, en todas partes y en todas las circunstancias, y siempre en vano, otros con más fuerza y más poder que esta banda de orates.
Sentado este principio, conviene no esperar a que lo comprendan quienes han demostrado no entender más que su propio delirio de sangre. ETA no se va a acabar; hay que terminar con ella. Ésta es la diferencia esencial que separa, en el amplio bando de la democracia, a los que tienen la determinación y el coraje de defender la libertad y a los que pretenden comerciar en su beneficio con la existencia de la coacción y del chantaje. Tipos como Íñigo Urkullu, presunto jefe del PNV, que todavía ayer instaba a los asesinos a declarar un alto el fuego «para avanzar en el autogobierno»; esta gente no suelta el cesto de nueces ni para visitar los escombros del último atentado. O esa Ertzaintza que dudaba en un primer momento de la autoría del bombazo de Zamudio; será que como la Policía vasca no tiene costumbre de detener terroristas le falta información sobre sus métodos. Qué asquito dan todos.
Ocurre que mientras una parte acomodada de la sociedad vasca aguarda con los brazos cruzados a que ETA reflexione, el resto sufre la violencia que un día toca a los guardias, otro a los políticos, otro a los empresarios y otro a la prensa. Al nacionalismo no le alcanza casi nunca; la mayoría de sus jerifaltes sigue yendo sin escolta por la calle. El Gobierno de la nación parece que ha entendido -le guste más o menos a su presidente, que ésa es otra- que no hay más camino que el de la lucha, aunque sería deseable que activase con algo más de firmeza el frente político de unidad, pero de la autonomía vasca no cabe esperar más que retórica oportunista para calentarse la sangre. Eso es lo que hay; los compañeros de «El Correo», que conocen el percal, saben que a ese respecto sólo les queda apretar los dientes y tomar precauciones suplementarias: no están solos, pero podrían estar mejor acompañados. Fuerza y honor, amigos; antes se partirá el martillo que el yunque, y el final de esta dolorosa locura totalitaria se publicará en los medios que intentan destruir con ella.
Ignacio Camacho
www.abc.es
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