quarta-feira, 25 de junho de 2008

El valor del idioma

No es casualidad que, desde que lo fundara Francisco Martínez de la Rosa en 1822, el Ateneo de Madrid haya tenido una vida incierta de la que dan testimonio sus muchas y sucesivas sedes: Atocha, Carretas, Montera.... hasta que en 1884 se asentara en donde hoy, adormecido, permanece: en la calle del Prado. Su compromiso liberal siempre le distanció del poder que, en España, tiende a sobreponerse, sea cual fuere el momento de la Historia, sobre la voluntad y el criterio de los ciudadanos. El Ateneo ha sido siempre el escenario adecuado para grandes proclamas y de él, especialmente en momentos de tribulación, han salido voces con valor de aldabonazo en la no siempre despierta y activa conciencia nacional. Incluso en sus años de sumisión franquista no faltaron en la Cacharrería del Ateneo voces, o medias voces, perpetuadoras de un espíritu que, aunque lánguido, conviene mantener vivo.

Supongo que después de pensarlo mucho, para evitar interpretaciones equívocas y sesgos no deseados, el grupo de intelectuales que ha puesto en marcha el «Manifiesto por la Lengua Común» escogió el Ateneo madrileño como escenario para su propósito. Salvo San Millán de la Cogolla no habría escenario mejor. Mientras el president José Montilla se lamentaba en Barcelona porque el Senado francés no quiere reconocer el bilingüismo en la Constitución de la República -¡qué ganas de meterse en camisas de once varas!-, Carmen Iglesias, Mario Vargas Llosa, Álvaro Pombo, Fernando Savater, Luis Alberto de Cuenca, José Antonio Marina, Carlos Martínez Gorriarán... y otros cuantos nombres de mi máximo respeto lanzaban una oportuna voz de alarma en defensa de la pieza fundamental de nuestro patrimonio común, el idioma que, ya en 1611, Sebastián de Covarrubias llamaba indistintamente castellano o español.

La Historia de España, especialmente a partir del siglo XV, sería inexplicable sin el idioma. La Gramática castellana de Antonio Nebrija, simbólicamente publicada en 1492, hizo más por la consolidación española en América y Filipinas que todas las lanzas y las espadas de nuestros héroes nacionales. Ahora, el caciquismo al uso, el intento de miniaturizar España a partir del Título VIII de la Constitución, quiere postergar el idioma castellano en beneficio de otros que, siendo también españoles, no alcanzan la dimensión mundial que nos engrandece a todos. Hay poca sensibilidad sobre el asunto porque aquí cuanto afecta al saber y la cultura suele parecer menor y desdeñable, pero es un asunto capital. El «Manifiesto», al que de momento sólo ampara un mínimo partido político, el de Rosa Díez, debiera ser recogido y asimilado por los dos grandes partidos nacionales. Aunque existan razones clientelares para no hacerlo, la defensa del idioma es razón de ser para el Estado y un exigible servicio a la Nación.

M. Martín Ferrand
www.abc.es

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