segunda-feira, 16 de junho de 2008

El progresismo de pandereta

Uno de los mayores errores de nuestra «progresía» es creer el que el progreso avanza rectilíneo, gradual, irreversiblemente. Lo que revela lo poco que conoce de él. La historia muestra sin lugar a dudas que la humanidad avanza, y si lo quieren ustedes adornar, añadan «hacia la libertad», pues la cita de Hegel queda siempre bien. Pero ese avance no es lineal ni continuo ni irreversible, sino a saltos, bastantes de ellos hacia atrás. No hace falta remontarse a las invasiones bárbaras, que dejaron Europa a oscuras. Hace bien poco, Hitler volvió a dejarla, como Stalin en su parte oriental. Los norteamericanos tienen un dicho que define perfectamente este lento caminar de nuestra especie: «Mil pasos adelante y novecientos noventa y nueve hacia atrás, eso es el progreso». Quien crea otra cosa, ya puede prepararse a recibir un montón de sorpresas desagradables.

Como las que están recibiendo nuestros progres con el giro que están dando los acontecimientos. Resulta que las «conquistas sociales» de las que tan orgullosos estábamos deben recortarse. Ineludiblemente, porque si no las recortamos nosotros, la realidad se encargará de recortarlas con su característica brutalidad. Hay que trabajar más horas y, posiblemente, recibir un salario menor. Aunque parezca extraño, es la consecuencia del progreso. El peaje de que a la tarta del bienestar accedan centenares de millones de personas hasta ahora en la indigencia. Tocamos a menos. Los chinos, los indios, por no hablar ya de los taiwaneses y los coreanos, quieren tener también coches, televisores, frigoríficos, y se matan trabajando para conseguirlos. Mientras nosotros queremos tener cada vez más horas libres, más cobertura social, salarios más altos, puestos de trabajo más seguros. Y una cosa o la otra. Pues si persistimos en nuestra actitud, quienes vienen arreando ocuparán el lugar que hoy ocupamos nosotros. La globalización es eso: hemos convertido los mercados nacionales en globales, y quien no sea capaz de competir en ellos, se queda en la cuneta. Tan simple y categórico como eso. Además, ha sido siempre así. El mundo anglosajón se impuso al greco-latino, mucho más avanzado culturalmente, por su ética de trabajo más elevada y su mayor responsabilidad individual.

Con lo que llegamos al meollo del asunto. El progreso no es mero avance técnico. Se puede ser una gran potencia industrial o militar y permanecer en el subdesarrollo, como ocurrió a la Alemania de Hitler o a la Unión Soviética de Stalin. El progreso, en el fondo, es una cuestión ética. Los países desarrollados son aquellos que han logrado equilibrar los derechos y deberes de sus ciudadanos. Sólo así conseguirán que sus sociedades avancen realmente.

Mi pregunta ahora es: ¿existe en España ese equilibrio? Antes de contestar, repasen mentalmente cuántas veces han oído o leído la palabra «derecho» y la palabra «responsabilidad» en las últimas 24 horas.

José María Carrascal - www.abc.es

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