terça-feira, 17 de junho de 2008

Zapatero descubre la política exterior

Si el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, se atiene a lo que ayer anunció durante una conferencia organizada por el Real Instituto Elcano, es posible que en esta legislatura el Gobierno que preside empiece a tener una política exterior digna de tal nombre. Sería sin duda una novedad, como el propio Zapatero reconoció implícitamente en su intervención al fijar la actividad diplomática como una prioridad de su segundo mandato. No lo fue en el primero, en el que perjudicó la posición internacional de España, sumiéndola en alianzas contra natura con dictadores y autócratas, en apuestas temerarias de política europea, en proyectos ilusorios como la Alianza de Civilizaciones -que volvió a defender pese a la irrelevancia comprobada de sus propuestas- y en enfrentamientos gratuitos con los aliados atlánticos.
Zapatero ha marginado diplomáticamente a España, con un coste que es notorio en los foros donde se discuten intereses nacionales -como Bruselas- o estratégicos -como la OTAN-. A la declaración de prioridad, el presidente del Gobierno unió ayer, además, el compromiso de un «impulso personal», lo que también es noticia habida cuenta el desapego de Zapatero por los viajes al extranjero, causa de algún episodio lamentable de desconsideración diplomática, como el plantón al primer ministro polaco en 2004. Aun así, el jefe del Ejecutivo dio a conocer la planificación de varias giras por Asia, África e Iberoamérica.

Sin embargo, el Gobierno sigue enrocado en dos actitudes impropias de un país que, como insiste Zapatero, es la octava potencia económica del mundo, pero que actúa diplomáticamente como una potencia media. Ayer, Zapatero volvió a constatar las diferencias con Estados Unidos, pese a reiterar por puro formalismo que se trata de un país aliado. Aunque la exclusión de España en la gira de despedida de Bush satisfaga la visceralidad antiamericana de la izquierda española, objetivamente es una muestra de la desconexión del Gobierno socialista con los principales circuitos diplomáticos. No sería sensato que el jefe del Ejecutivo depositara muchas esperanzas en las elecciones presidenciales del próximo mes de noviembre, porque, al final, todo presidente de Estados Unidos acaba anteponiendo criterios e intereses propios que Rodríguez Zapatero no ha sabido entender ni compaginar con la posición de España en la comunidad democrática.

Por otro lado, Cuba sigue ejerciendo un inconcebible efecto de alienación sobre la izquierda española y el Gobierno de Zapatero en particular, que mantiene ante los socios europeos su empeño de relajar las medidas de presión sobre la dictadura. La realidad es que la sustitución de Fidel Castro por su hermano Raúl sólo ha provocado retoques de maquillaje para dar continuidad a lo sustancial de la política represiva que sigue vigente en la isla. Como es obvio, el «no» irlandés al Tratado de Lisboa ocupó buena parte de la intervención de Zapatero, pero no sirvió para concretar una posición específica de España en Bruselas, donde el nuevo «corazón» franco-alemán ya no es tan grato para el presidente del Gobierno. Lo cierto es que el tándem Sarzkozy-Merkel consolida días tras día su condición de fuerza motriz de los grandes planes de la Europa de los Veintisiete, desde inmigración a políticas mediterráneas. El análisis de Zapatero sobre el escenario creado por el «no» de Irlanda es simplista -«no puede suponer sin más un freno a los deseos de la inmensa mayoría de avanzar»- y muy voluntarista, porque contrapone al resultado del referéndum el «mandato» recibido por millones de ciudadanos. Parece olvidar el presidente del Gobierno que el Tratado de Lisboa no se ha sometido a aprobación popular en ningún otro país europeo precisamente para evitar nuevos fiascos como los que sufrió el Tratado constitucional en Francia y Holanda. Es necesario, sin duda, reducir el revés de Irlanda a sus justos términos y abogar por nuevos impulsos a la convergencia política de Europa, pero sin ignorar que son también millones de europeos los que perciben con escepticismo y desconfianza el proyecto europeo, tanto por su fuerte sentido burocrático como por la falta de realismo con el que a veces es defendido por políticos como Zapatero.

Editorial - ABC
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