Hay que reconocer que la ministra 2.0 está haciendo ruido. Tiene un apellido sonoro, que nos traería remembranzas de la Aída de Verdi si no fuera porque el personaje, visto lo visto, encajaría mejor en la muy popular serie homónima. Para ser tan pequeña, es insaciable. No contenta con su teléfono del desahogo, al que terminará llamando un señor de Móstoles para contarle a una empanadilla que tiene a Encarna en el horno, se ha empeñado en hacer virtud de sus lapsus, y en que ese «miembras» de su afamado discurso penetre en nuestro ilustre diccionario.
Me temo que existen algunas objeciones para que la Academia incorpore a su acervo tan hermosa palabra. Está, por un lado, su categoría gramatical. No soy una erudita, pero si «miembro» es «cada una de las extremidades de los hombres o animales», y por extensión lo que sigue, es decir, un sustantivo con su propio género, el día en que sea correcto decir «miembros y miembras», diremos igualmente que Aído es la exponenta del nuevo socialismo, o bien que la igualdad es la pilara, o fundamenta de la democracia, y Zapatero, claro, su profeto.
La segunda objeción -que con acierto ha señalado Guerra- es que el Diccionario de la RAE no tiene entre sus misiones la de recoger las ocurrencias de los políticos, sino «lo que habla la gente». En efecto, vocablos como «guay», y otros como «farde», «clic» o «gilipollas», valgan de ejemplo, ya tienen un asiento entre sus páginas. Quizás porque era un chiste, una voz surrealista, un delicioso y simple disparate, el pobre «fistro» no se encuentra en ellas. Ni el vaginal ni el duodenal. Otro lapsus, me temo, de la joven ministra, que se acuesta en las nubes y amanece en Barbate.
Laura Campmany
www.abc.es
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