Jorge Edwards acaricia las palabras como Elías Figueroa sacaba petróleo de la mina chilena. Figueroa ha sido el mejor futbolista chileno de todos los tiempos, un líbero irreductible; Edwards es un sublime escritor: con ambos la elegancia estableció un pacto. A su edad, prodigiosa y envidiable, después de haber escrito tanto, de haber viajado tanto, de haber sufrido y amado tanto, el estímulo de un premio como el Iberoamericano de Narrativa por «La Casa de Dostoievsky» (Planeta-Casa América 2008) «nunca está de más», dice el premio Cervantes. Le renueva la energía, y le carga las alcalinas de la ilusión porque la literatura «es vocación».
«La Casa de Dostoievsky» le debe mucho al poeta Enrique Lihn, muy amigo suyo, y hoy muy leído en Chile y en el resto de América del Sur, quien puso el primer ladrillo. Lihn le contó a Edwards que vivía en una pieza, un dormitorio alquilado, una casa vieja en la que fue acumulando trastos inútiles: zapatos viejos, máquinas obsoletas, papeles... hasta que no pudo abrir la puerta. Un día desesperó, salió por la ventana, dejó la llave dentro, y no volvió. Edwards relató ese suceso en 70 páginas, pero al releerlo se dio cuenta de que estaba ante una novela. Él había ingresado en la literatura por la poesía.
Jorge Edwards vivía en un viejo sector del centro de Santiago de Chile, donde el aire lo habitaban historias que todo el mundo contaba: el vendedor de Prensa, su madre, su abuelo, los curas jesuitas... Publicó «El patio», y de allí nunca salió «como otros no salieron jamás de la casa de Dostoievsky». Así como leía a los existencialistas franceses, a Sartre, adoraba a Chejov, a Gogol, a los rusos...
«La Casa de Dostoievsky» es el hogar de la Literatura: «Todos esos autores eran críticos del sistema social, del orden establecido, pero finalmente en este libro también se hace la crítica de la crítica». Los personajes de la novela de Edwards llegan a Cuba, y al ver lo que es el socialismo real hacen la crítica de la crítica: «Hay una oposición continua en esos personajes -dice-. Una vez impresioné a mis amigos con esta maravillosa frase de Balzac: «Pertenezco a la oposición que se llama la vida». No es la oposición a la vida; es lo contrario: la vida como oposición».
«Que le beque su papá»
La primera parte de la novela, en su versión anterior, se llamaba «Materiales de demolición». Después Edwards lo cambió por «La espalda de Teresita» -el amor del protagonista del relato: el Poeta, así en mayúsculas- porque le parece que «ese baile en el que el chico le revienta los botones a ella en su nerviosismo y pasión es determinante, y Teresita llega hasta el final con él, en relaciones de conflicto, etc... Teresita sí que es un invento, es una ficción en estado puro. Me siento muy propietario de Teresita, pero siento que no es más que fantasía».
El Poeta de Edwards es un lírico del asfalto, urbano, «citadino»: «Cuando el tipo se va a una casa de la playa fracasa y no puede escribir. La casa está rodeada de árboles inclinados, jorobados por el viento. Donoso vivió ahí, y tampoco pudo escribir nada. Era demasiado literario el paisaje. El exceso de literatura es peligroso».
Edwards confiesa que ha hecho muchas cosas en vida, algunas extravagantes, pero su fidelidad ha sido a la escritura y a la lectura: «He descubierto detalles sobre la muerte de Monataigne que son fascinantes: políticos y amorosos. Escribiré «La muerte de Montaigne». Pero es muy caro escribir, ¿sabe? Tengo que ir a París, a la Biblioteca, y a Burdeos a visitar la torre, y quiero ver la Iglesia donde está enterrado. Perderé dinero, pero no pediré becas. Yo pertenecía a la rama pobre de una familia que era bastante rica en su tiempo. Y no podía solicitar becas porque una vez lo hice y la comisión me dijo: «Que lo beque su papá». Y mi papá no me podía dar becas porque era de los Edwards pobres».
«Memorias de un niño viejo»
En «Persona non grata» Jorge Edwards desplegó confrontación y crítica contra el régimen cubano, que le expulsó. En «La Casa de Dostoievsky» está la gracia y la salsa cubano-popular: canción, bares, pianistas, mulatas, mar, paisaje, y la política «un poco más lejos». «No he vuelto a Cuba. ¿Sabe por qué? Yo no lo tengo miedo al palo. Esto me lo dijo Neruda una vez a propósito de Franco. Le tengo miedo al abrazo, a que te saquen en la foto». Sobre la situación política actual opina que «las medidas que ha tomado Raúl Castro, aunque son menores y cautelosas, ya inician una transición irreversible».
«¿Sabe usted lo que me gustaría hacer ahora?», nos pregunta Edwards. Dispare, maestro: «Un libro de una memoria muy profunda, de infancia, de personajes que conocí en los años 40, de lo que me contaban mis abuelos y mis padres del Chile antiguo. Un libro muy literario, un poco sombrío, pero con sus lados alegres. Porque yo en la infancia lo pasé mal. Fue una infancia represiva, con mucha misa. Era monaguillo, ayudante del cardenal de Santiago, llevé el incensario, y empecé a rejuvenecer de viejo. Fui un niño viejo, y soy un viejo más joven. El título estaría ahí: «Memorias de un niño viejo». Se me ocurre en este minuto conversando con usted». Le damos al poeta un bolígrafo, de tinta verde como la sangre literaria de Neruda, y lo apunta.
Antonio Astorga
www.abc.es
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