Aído, perdón Aída, podría llamarse Carrie y en lugar de vender su alma por unos Manolo Blahnik lo haría por destrozar la lengua, la de todos, no la suya. La «célebra» ministra se dedica a enredar con la semántica no vaya a ser que alguien repare en que ostenta el Ministerio de la desigualdad: a diferencia de los demás no tiene competencias ni infraestructura ni, lo que es peor, una idea que llevarse a la cabeza. Bueno sí, dos: hablar por videoconferencia con Nicole Kidman y poner en marcha un teléfono para que los varones encuentren un nuevo patrón de masculinidad, toda vez que han sido destronados de su privilegiado rol social.
Ese es el teléfono al que va a tener que llamar Alfonso Guerra, proclive a los discursos políticamente incorrectos. Que se le ocurre cuestionar el que ante una mujer maltratada todo el mundo se ponga de rodillas pues su sucesora en el Consejo de Ministros le conecta a la teleoperadora y a ver quién aguanta más: el ex vicepresidente reconvenido por la psicóloga a domicilio, o su interlocutora, empachada de versos de Machado. Hay quien ha querido ver una dosis de machismo en el sevillano, más acostumbrado a construir frases con «mi hembra» que con «miembra». En todo caso, al diputado socialista, con razón, le aterra tanto el relativismo político-lingüístico de sus sucesores en Moncloa como a Joaquín Leguina el de los suyos en Madrid. Muchos socialistas dieron un salto en sus escaños el pasado jueves durante la celebración de los 25 años del Parlamento autonómico, cuando el talentoso ex presidente defendió la Constitución como catalizadora de todas las ideologías que en España son. Los que botaron -zapateristas de último cuño- no entienden que, en tiempos de tribulaciones constitucionales y derivas territoriales, un presidente socialista subraye el buen rendimiento que ha dado la Carta Magna.
Quizá la ministra Aído aprenda de la palabra sustanciosa de otro socialista que puede ser la mejor arma contra las insustanciales que ella acuña.
Mayte Alcaraz
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