domingo, 14 de março de 2010

El Cuartel de Dolores o Tercio Norte

Hace poco estuve en Ferrol y Vigo dando unas conferencias. El día de la conferencia en la primera estuvo lloviendo casi todo el día. Me alojaron en el hotel El Suizo, en el centro de la ciudad vieja, y, como tenía tiempo, salí a callejear a media tarde, por recordar tiempos viejos, pues en Ferrol hice la mayor parte del servicio militar.

Me di cuenta de que no recordaba prácticamente nada ni conseguía orientarme, pese a haber paseado quizá cientos de veces por aquellos barrios. Sólo con ayuda de un plano pude dirigirme hacia el Cuartel de Dolores, de infantería de marina, que también llamábamos el Tercio Norte. Bajo el cielo encapotado y la lluvia incesante, ya oscureciendo, el imponente y cuadrado edificio de granito ofrecía una estampa harto sombría.

Vi que algunas partes de los muros de la fachada, a un extremo y otro, estaban encaladas, aunque en mis tiempos, si la memoria no me falla, los cuatro lados del cuartel eran uniformemente grises, oscuros. Permanecía, ante la fachada, el amplio terreno libre, antaño sin separación alguna de la calle, donde solíamos hacer la instrucción, o esgrima de fusil, y que por las tardes solían utilizar los civiles. En una ocasión, haciendo guardia, pude presenciar un partido de fútbol a cargo de dos equipos femeninos. Otro partido de fútbol tuvo lugar con motivo de la llegada de un barco holandés, creo que un buque escuela. Jugaron infantes españoles contra oficiales o cadetes holandeses, y ganaron ampliamente los primeros. A la derecha del campo había una pista americana con obstáculos y alambrada, para avanzar saltando y reptando, que nunca utilicé ni vi que se utilizase en los entrenamientos. Sólo en Cartagena había hecho algo de ello.

Hice muchas guardias, el servicio que más me fastidiaba porque sólo me permitía dormir cuatro o seis horas, según los turnos que me tocasen, y yo siempre he necesitado nueve, una más de las permitidas en el cuartel desde el toque de silencio, a las once de la noche, al de diana, a las siete de la mañana. Una vez hacía guardia de noche en la parte posterior del edificio, junto al polvorín, mientras algo más arriba vigilaba un compañero, Brasil, un tipo alto y flaco, español que se había criado en aquel país y venía con mucho espíritu camaraderil y cierta ingenuidad, para encontrarse un ambiente bastante más hosco o menos amigable de lo habitual en su tierra.

Por probar posibilidades de una entrada desde el exterior, fui arrastrándome a lo largo de un muro hasta la puerta del depósito de municiones y armas, tratando de que mi compañero no me sintiera. Pero los amplios pantalones, al moverme, hacían un rumor difícil de evitar, y Brasil lo notó. Se detuvo, miró atentamente y gritó: "¿Alguien va ahí?". Quedé quieto. Desde las sombras yo lo veía a él, pero no él a mí. Durante un corto rato permaneció alerta, pero al final debió de pensar que había sido un gato. Todo fue un simple simulacro, pero me di cuenta de que no debía de ser muy difícil llegar hasta allí; cosa distinta el forzar la puerta.

Esto era allá por los años 1971 ó 1972. Había dejado pasar los plazos para hacer la milicia universitaria, así que cuando ya tenía 23 me tocó hacer la mili normal en la marina, de dieciocho meses (en tierra era de doce por entonces). Siempre había tenido intención de hacer la mili, por considerarlo una experiencia interesante, pero además entonces andaba metido en la Organización de Marxistas-Leninistas Españoles (OMLE), y quería estudiar, además, las posibilidades de realizar un trabajo subversivo en el ejército. En general, este trabajo se consideraba inútil o imposible en medios izquierdistas, por más que el PCE intentaba hacer algo, con éxito muy escaso, y la mayoría de los izquierdistas que cumplían la mili solían considerarla un tiempo muerto a efectos políticos. Nosotros teníamos en esto una actitud menos pasiva. He contado buena parte de todo esto en De un tiempo y de un país.

Lenin.
Mientras estaba allí hubo un cambio importante en el estilo y la línea política de la OMLE. Hasta entonces era una organización entusiasta y muy activista, aunque ligeramente anárquica, sin prensa periódica y sin perspectivas muy claras. Pero en Madrid se había impuesto una orientación más estricta, que pretendía seguir al pie de la letra las instrucciones dadas por Lenin en el entonces famoso y hoy olvidado Qué hacer, y la táctica bolchevique, en el supuesto de que la fidelidad literal a Lenin nos llevaría a obtener los mismos resultados que él.

Muestra exterior de esa orientación más rígida y supuestamente científica, llegó una tarde al cuartel, poco después de la comida, cuando la mayoría de los soldados estábamos libres dentro del recinto, un enviado de la dirección madrileña. Preguntó por mí (entonces todavía no debía de ser yo sospechoso, o no demasiado sospechoso, a los ojos del mando) y me llamaron a prevención. Y allí estaba un hombre joven, a quien no conocía, sorprendentemente trajeado y portador de un pulcro maletín. Sorprendentemente, porque todos tendíamos a vestir de manera informal o muy informal. El atildamiento del camarada respondía a las nuevas instrucciones de evitar aquellos atuendos con los que la policía solía identificar a los izquierdistas y progres. Por entonces, una persona vestida con traje o con mono de trabajo y aire decidido podía penetrar, sin mayor control, en ministerios, periódicos y edificios oficiales, algo muy diferente de lo que ocurre ahora.

Más adelante, aquel joven se casó con una hermana de Enrique Cerdán (este sería muerto a tiros por la policía); poco después encontró la disciplina y el riesgo de la OMLE demasiado duros y abandonó. Su decisión, sin duda muy razonable, le ganó entre nosotros el apodo burlón de el Ex Combatiente. Lo encontré muchos años más tarde, por casualidad, yo también fuera del marxismo-leninismo. Se había separado de su mujer y había hecho una carrera en algún organismo de la ONU o cosa semejante.

No estoy ahora seguro de si me habían anunciado de Madrid, por algún medio, la llegada de este enviado a Ferrol, y había una contraseña, o si simplemente nos pusimos rápidamente de acuerdo por algunas alusiones. Venía a hacerse cargo de unos contactos que yo había hecho con un grupo de obreros del PCE, de Vigo, que estaban próximos a escindirse de ese partido por encontrarlo muy revisionista. De paso me trajo la nueva propaganda e información sobre los sucesos en la dirección de la OMLE, donde estaba en marcha una dura lucha ideológica con visos de terminar en depuración. Pasamos al patio y entramos en los retretes, donde no había nadie, y allí me pasó los Bandera Roja y otros documentos, que metí en los amplios bolsillos laterales del uniforme de faena. Este material solo se lo pasaba a muy contados soldados ya politizados y de confianza. Luego lo guardé en un piso alquilado por varios compañeros para ponerse ropas de paisano al salir a la calle. Para la gente normal, tenía en la taquilla numerosos libros izquierdistas, pero legales, que hacía circular. Contra lo que cuentan ahora muchos, eran legales casi todos los libros de Marx y Engels, de la Escuela de Frankfurt, de Bertolt Brecht, novelas de contenido revolucionario, etc.

Lo que me contó el futuro ex combatiente no me animó mucho. El nuevo estilo me pareció un tanto burocrático, y uno de los que iban llevando las de perder, Raúl por nombre de guerra, era un buen amigo mío. Pero seguí en la OMLE, como "revolucionario profesional", según el Qué hacer.

Otros recuerdos me venían a la cabeza mientras contemplaba el viejo caserón, más lúgubre bajo la lluvia y en la oscuridad creciente y con algunas luces mortecinas por el entorno, y sentía el paso del tiempo: ¡treinta y nueve años! Cuántas cosas habían cambiado desde entonces. El lugar albergaba a otras gentes, con otras ideas, otras inquietudes, otras vidas. No podía distinguir a los que montaban guardia. Me parecía que todo había sido un sueño. De buena gana me habría detenido y husmeado más por allí, pero un vistazo al reloj me indicó la necesidad de apresurarme hacia el hotel, para no llegar tarde a la conferencia.

Pío Moa

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