Los que tengan una cultura afrancesada me entenderán enseguida. De Gaulle es ese hombre de casi dos metros que con los dos brazos levantados en forma de V de la Victoria escenificó la Grandeur de Francia. |
España, marzo de 2010. Son momentos de relectura ante el desfallecimiento cívico en que nos encontramos. Releer es un placer sin duda mayor que el acto mismo de leer. Pero es una tarea intelectual que corresponde esencialmente a la madurez de los individuos. Aquí, la cronología se impone una vez más. Esta resurrección de conocimientos arrinconados, que un buen día asoman envueltos en un tibio sabor a tiempo desgastado, es el mejor salvoconducto para la inteligencia y la nostalgia que acompañan el lento naufragio que es preámbulo de la vejez. La imagen es de Chateaubriand, la elocuencia es de Charles de Gaulle.
De la elocuencia gaullista trata precisamente esta pequeña joya analítica y estilística, el primer libro de Jean-François Revel: Le style du général, redactado en 1958, cuando Argelia se desangraba. Y lo de "pequeña joya" lo digo sin pomposidad alguna, pues la agudeza intuitiva de Revel es tan potente como la ambición literaria que se vislumbra en estas páginas. Esta lectura tan amena y grata me fuerza a retomar la pregunta que (me) lanzó desde su blog Federico Jiménez Losantos: ¿existe un François Furet de la Argelia Francesa? Confieso que todavía no lo he encontrado. Que me perdone FJL, pero, como me dice un amigo, tal vez falten siglos, exactamente los que separan a Robespierre de Furet.
Pero, abriendo zanjas de esperanza, contestaré a Federico que me bastó sobrevolar Le style du Général para saber que hubo un tiempo en que los servidores de la res publica, austeros y cultos como De Gaulle, se retiraban sin prebendas cuando, sencillamente, sus palabras dejaban de sorprender.
Una reedición de 2008 resucitó este primer texto de Revel, e incorporaba otro trabajo muy posterior: "De la leyenda viva al mito póstumo", redactado en 1988 para la conmemoración de los treinta años de la llegada al poder del General.
"Le style, c´est l'homme": es la única verdad fehaciente para Revel. A partir de esta aseveración, el semiólogo se pone manos a la obra para desmenuzar la claves del éxito de los discursos y conferencias que De Gaulle pronunció entre mayo del 58 y abril del 59.
Se trataba de establecer un inventario metódico, un repertorio lingüístico, psicológico y político del General (p. 68).
Pero ¿cómo es la prosa gaullista, que tanto apasiona al autor? Es patriótica sin ser nacionalista. Se quiere universal, aunque en ella predomine la altanería arcaizante de la Vieille-France. Es metafórica y perifrástica. Hecha mano de los mitos leídos en Michelet y del cristianismo de Péguy. Y su oratoria política se torna cortante y terrenal al contacto de Malraux, su ministro.
El joven Jean-François Revel parece divertirse desvelando, siempre con elegancia, las falacias líricas a las que recurre incansablemente De Gaulle para enfervorizar a las masas.
El General es poli y huraño a la vez. Y será el campeón del agit-prop desde 1958. No en vano ganó la imparable batalla de las ondas en la BBC. Ritualista siempre, detesta el contacto cercano de los hombres, pero se crece en las escenografías mitineras y se abre paso entre el mar de brazos que lo quieren tocar. Tocar a la leyenda salvadora del 40 y al redentor en el caótico 58. De Gaulle será siempre un talentoso escenógrafo, un megalómano singular, y jugará con el lema "El caos o yo".
Nunca improvisa sus discursos, los redacta solo, y las malas lenguas insinúan que los ensaya frente al espejo. Revel, como el semiótico obsesionado que es, desenmascara la prosopopeya vacua, la mixtificación de los hechos, la egolatría sobreactuada de este hombre insólito en el siglo XX. Desnuda, sin maltratarlo nunca, al personaje, que al final de su vida confesó a Malraux:
He tenido a todos en contra cada vez que he tenido razón.
¿Es realmente una retórica trasnochada la del General? No, evidentemente no. Revel da en el clavo:
De Gaulle arcaíza, eso lo sabe cualquiera, imita la lengua del XVII (p.72).
Y para juzgar y juzgarle con las mismas armas literarias, algo alambicadas, todo hay que decirlo, Revel retoma el modelo clásico de los retóricos, y, como hiciera Fénélon en su Dialogue sur l´éloquence (1679), confronta a dos personajes imaginarios, Nemesius y Eumathe, que se dan la réplica y que progresivamente dejan al descubierto la oratoria inflada del General.
Desde el mítico "llamamiento del 18 de junio" del 40, De Gaulle sabe que el acto retórico es consustancial al acto político.
Primero fue la voz
Su voz. Desde la BBC; siempre precedida por El canto de los partisanos. En el espacio radiofónico que le cede Churchill, De Gaulle se forja como estratega y orador. Se erige adalid del No: "No al armisticio, no al Estado Mayor de Pétain, no a la derrota". Las fuerzas clandestinas de la Resistencia se reagrupan en una sólida red creada por Jean Moulin. Francia Libre y Francia Combatiente se funden. Más tarde, la BBC emitirá otra señal. La decisiva: los primeros versos de "Les sanglots longs des violons" anuncian el desembarco de Normandía.
Primero fue su voz impostada, luego su imponente silueta, finalmente su hierático retrato con uniforme militar, colgado en las paredes de la instituciones republicanas. Lo cierto es que el General entró, el 25 de agosto de 1944, en la Leyenda. Pero se apartó de la Historia casi al instante, en el 46, quedando como una sombra intocable, como una efigie sagrada durante 12 años.
En 1958 es el gigante que resurge de las sombras. Reapareció oficialmente el 1 de junio, reclamado por la Asamblea Nacional –por Francia, dirá él– en plena crisis institucional de la IV República, que llegó a acumular hasta 24 gobiernos. La guerra de Argelia, hasta entonces lejana, tocaba el corazón mismo de la metrópoli. La movilización de reservistas incrementó el miedo. Guerra civil en ciernes. Y él acepta presidir un gobierno provisional, y encarga una nueva Constitución, que da paso a la V República. Establece un sistema presidencialista.
El régimen de partidos no ha sabido resolver los problemas confrontados, especialmente el de Francia con los países asociados de África (p. 173).
El discurso gaullista del 58 juega con astucia con el paralelismo entre dos fechas: el 1 de junio del mismo 58 y el 18 de junio del 40. Del Appel del 40 al Rassemblement del 58. Dos hechos incomparables desde el punto de vista histórico. Pero no del todo desde el punto de vista táctico. Lo que Revel ve en común entre esas dos fechas son dos acciones rápidas, dos decisiones cruciales que definen a De Gaulle como un verdadero hombre de acción. Arrojo y decisión: dos virtudes para un buen político.
Ninguna trampa del presente se le escapa a Revel, como tampoco la distorsión discursiva que la megalomanía del General impone a los hechos pasados. En 1940 el General afirmó que Francia (sic) le había encomendado una misión: expulsar del país al enemigo. De Gaulle no verá, como Churchill, el envite ideológico del conflicto. Quiere hacer Historia; pero, como escribe Revel, "no tiene sentido de la Historia". No piensa en términos de lucha de clases, ni en frentes ideológicos definidos.
Pero el joven Revel pone las cosas en orden:
De Gaulle no ha sido llevado al poder por la nación, sino que se ha unido a los ingleses para continuar la guerra contra los alemanes (p.157).
E, ironizando, habla de "autotransfiguración" gaullista:
Parece que no hubo Resistencia que no remitiese a él (p. 164).
En 1940 como en 1958, "es la imagen de sí mismo lo que proyecta en cada discurso". Cree en la existencia de un pacto entre él y la Patria. Es el redentor. Y el 4 de junio del 58 declara solemnemente: "Yo, De Gaulle, abro las puertas a la reconciliación".
Nada que decir, simple vacuidad, refunfuña Revel. Pero cuela.
La prosopopeya gaullista no es compleja, aunque el personaje sí lo sea. El joven Revel de 35 años observa al General, de 68. Lo escucha cuando habla para Francia y para África. Señala, no sin gracejo, el abuso de los vaivenes de una oratoria que va del catastrofismo al "No se preocupen, franceses, ya estoy aquí"
El General mide el tempo de sus frases: pasa de la ampulosidad al populismo en cuestión de segundos. Mitin del 1º de Mayo de 1959: exclama ante los franceses rendidos a sus pies: "La Argelia de papá ha muerto". Júbilo en la explanada. Demasiada sangre, demasiadas agonías bajo la tortura institucionalizada, demasiada muerte fulgurante en atentados. Francia quiere irse de Argelia. Pero ¿qué significaba exactamente esa frase? Nada, escribe Revel. Una expresión afectiva bien lograda que contentaba a los gaullistas de izquierda, a la mayoría de sus votantes, y confirmaba a los pieds-noirs que las cosas eran como sabían.
"Lo trágico sustenta la grandeur", escribe Revel.
Grandeur y Rassemblement (reagrupación) fueron las propuestas tangibles del General, y las aplicó, en la política doméstica y en la internacional, a rajatabla durante la Guerra Fría. No fueron simples abstracciones. Ni mucho menos.
De Gaulle hizo gala de un pragmatismo político-literario insólito. Desconfiando de los partidos y de las ideologías, quiso ser el Estado. Yo, el Estado. Se le llamó "el rompehielos" de la Guerra Fría. Pero se calentaba con las aclamaciones de millones de seres que recobraron dignidad e independencia.
No quiere pertenecer a fuerza alguna, y por lo tanto no aspira a oponerse a ninguna (p. 151).
Malraux anota el 11 de diciembre 1969, en Colombey-les-Deux Églises:
Está obsesionado con Francia como Lenin lo estuvo con el proletariado.
Charles de Gaulle, que utilizó la palabra grandeur en cada uno de sus discursos, murió en la discreción más absoluta, recluido en su casa de siempre, mientras escribía sus memorias, con su mujer al lado, ojeando desde la ventana la lápida de su hija muerta a los veinte años.
La grandeur del General no es Versailles, está ligada a la austeridad.
Eso lo escribió, naturalmente, André Malraux.
España, marzo de 2010. Sí, releer, aprender y observar en este momento de desfallecimiento cívico. No nos queda otra.
JEAN-FRANÇOIS REVEL: LE STYLE DU GÉNÉRAL. Complexe (París), 2008, 216 páginas.
Carmen Grimau
http://libros.libertaddigital.com
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