sexta-feira, 12 de março de 2010

Muere Miguel Delibes, el alma de Castilla






—¿Es respirable el aire del siglo XXI, don Miguel?

—Cada día más mefítico. Los viejos nos morimos de asco.

El viejo cazador que escribe, sabio de otro siglo, se nos acaba de morir. «Físicamente débil, espiritualmente desanimado y caído, literariamente nulo», así se definía. Un lúcido laconismo traslucía la sabiduría de quien veía la vida desde el otro lado del camino. «El escritor Miguel Delibes murió en Madrid el 21 de mayo de 1998, en la mesa de operaciones de la clínica La Luz», confesaría desde su admirable gallardía. Una sentencia demoledora de hasta qué punto cuesta aceptar nuestra debilidad como animales para sentirnos, en vez de cazadores, presas del infortunio, del destino. «Han sido más de diez años nulos, perdidos. Con decir que en ese tiempo no cacé una perdiz roja ni escribí una línea profesionalmente está dicho todo. La operación de cáncer me quitó el cáncer, es cierto, pero también otras cosas importantes: memoria, orden mental, capacidad de concentración, hematíes, dioptrías, oído, etc. En suma, en el quirófano entró un hombre inteligente enfermo y salió un lerdo sano». Demoledor Delibes.

Los cirujanos impidieron que el cáncer le matara, pero no pudieron evitar que le afectara. ¿Cómo vivía Delibes a un cáncer atado? Le costaba aceptarlo, naturalmente. «Si tú te tiendes en una cama con un cien por ciento de vitalidad y te levantas con cincuenta por ciento has dejado en la mitad tus posibilidades físicas y mentales. Como dirían los castizos, te han dejado hecho una braga. Vivir pegado a un cáncer o a su posibilidad es no vivir. Uno se convierte en un paciente sumiso que obedece, pero la cabeza no le sirve de nada. Durante más de diez años he sido esclavo de la enfermedad sin padecerla, o lo que es lo mismo, de sus achaques», se confesaba a ABC. «He vivido demasiado. He tenido paciencia. La palabra feliz no figura en mi diccionario. Pero me alegra haber culminado una obra».

Medio siglo escribiendo, y publicando libros, pero el mundo no había cambiado un ápice para Delibes. Siguen vivas las ambiciones, las envidias, los abusos de los poderosos, la hacinación de los pobres... todo sigue igual, «lo que quiere decir que las cosas de los hombres van mal y el hecho de que algunos piensen derecho y nos aconsejen bien no mejora la condición humana».

Infancia vallisoletana

Nacido en Valladolid el 17 de octubre de 1920, Miguel Delibes, con 17 años, y antes de que le movilizaran en la Guerra Civil, decidió enrolarse como voluntario en la Marina. Quedó marcado: «Si fuera posible hacer un estudio médico de las personas que participamos en aquella terrible guerra resultaría que los mutilados psíquicos somos bastantes más que los mutilados físicos que airean sus muñones».

Regresa a Valladolid y por azar, al estudiar el Manual de Derecho Mercantil de Joaquín Garrigues, descubre la belleza del lenguaje y la eficacia de la metáfora y el adjetivo oportunamente empleado. Con su primera novela, «La sombra del ciprés es alargada», consigue el premio Nadal la noche de Reyes de 1948. Dos años antes se había casado con Ángeles de Castro y había conseguido la cátedra de Derecho Mercantil en la Escuela de Comercio de su ciudad. «Ensayé de todo antes de caer en la literatura, a la que he sido fiel hasta el fin».

Miguel Delibes aterrizó en el mundillo literario español como un meteorito, con dos ojos ávidos, grandes, abiertos, como platos, para otear el horizonte. Conforme avanzaba en la caída, sus ojos iban acostumbrándose a ver un mundo devastado, con grandes hogueras dispersas y un olor acre entre pólvora y carne quemada. Era el paisaje después de la batalla. Los pequeños grupos que se concentraban ante las hogueras, de gente muy joven, estudiantes tal vez, le miraban de refilón y comentaban: «De qué nido habrá caído ese muchacho?».

Niño de la guerra

Por aquello del Nadal, a un «bautista» le dio por afirmar que Delibes era un escritor de la «inmediata posguerra», pero él se sentía más próximo al equipo de «Los niños de la guerra». En 1949 publica su segunda novela, «Aún es de día», que sufre numerosos recortes de la zarpa de la censura. Delibes confesaría que no se llevó mal con la censura: «Había censores buenos y hasta compasivos». Alguno incluso le prestó el lápiz rojo: «En “Aún es de día”, el duro y el soez fui yo. Me deslicé, sin justificación, en un tremendismo absurdo —reconocía—. En cambio hubo pequeños cortes en otras novelas improcedentes. Pero pasaron íntegras “Los santos inocentes”, “Las ratas”, “Cinco horas con Mario” y “Parábola del náufrago”. Toreábamos la censura», su «Síntesis de la Historia de España» es retirada de las librerías como libro de texto por «no comentar adecuadamente» el triunfo del levantamiento militar de Franco. Un sentido moral y cristiano presidía su obra. Al frente de «El Norte de Castilla» emprendió una serie de campañas en favor del medio rural castellano, lo que le lleva a enfrentarse con el régimen y la censura reinantes. Pero no ceja por ello en su empeño de denunciar la postración de Castilla, y cuando no puede hacerlo desde la dirección que ejerció con maestría del diario vallisoletano lo materializa desde la narrativa. Delibes dio voz a los que no la tuvieron. Luchó por la nivelación social. Trató de aproximar a unos hombres a otros porfiando contra la injusticia. En 1963, como consecuencia de diversos enfrentamientos con el entonces ministro Fraga, dimitió como director de «El Norte de Castilla», aunque seguirá dirigiendo el diario en la sombra hasta 1966. «Pretender que pasáramos por libres los directores visiblemente maniatados era feroz, una crueldad demasiado prolongada y vergonzosa. Juan Aparicio, Fraga, Jiménez Quilez y otros usaron como laureles nuestros despojos», denunciaría en ABC.
El 1 de febrero de 1973 fue elegido miembro de la Real Academia Española, y el 22 de noviembre de 1974 muere su «equilibrio», su esposa Ángeles a los 50 años, a la que definía como «la mejor mitad de mí mismo», y con la que tuvo siete hijos: Miguel, Ángeles, Germán, Elisa, Juan, Adolfo y Camino. Ángeles será evocado en «Señora de rojo sobre fondo gris». La desaparición de su alma le dejó sumido en una profunda depresión, de la que comienza a salir con su novela «El disputado voto del señor Cayo» (1978). Una de sus grandes dimensiones literarias ha sido la de crear personajes. ¿Con cuál de sus fabulosas criaturas se identificaba?: «Todas tienen cosas mías o yo de ellas. Desde el Mochuelo al Sr. Cayo me veo retratado con frecuencia en mis novelas». ¿Por qué ya en este mundo no hay Azarías que vindiquen la «¡Milana bonita!»? Contestaba: «Ha sido un estribillo que ha marcado a toda una generación. Desgraciadamente los hay, pero están recogidos, se procura darles una enseñanza. Rabal, al vocear este dicho por el altavoz de Cannes, lo hizo famoso en el mundo entero. La película estaba ahí».

Se esforzó en ser justo. Pese a los intereses enfrentados del mundo literario, don Miguel siempre ha tratado con una extraordinaria generosidad, imparcialidad y buena voluntad a sus compañeros de viaje literario. ¿Recibió la misma generosidad? «A veces. Otras no. Pero estas cosas no importan. No me sorprende una coz respondiendo a una caricia. Es un problema de orgullo y sensibilidad», respondía. ¿El escritor, parafraseando a Herman Hesse, sigue siendo un «lobo estepario» solitario? «Eso va con el creador. Los hay que anteponen la soledad al rebaño».

¿Qué consideraba deseable o útil para mejorar ese nivel moral o crítico e incluso la educación? «La educación, la educación, la educación. Incluso la educación del gusto. Tal vez esta sea la primera exigencia», subrayaba. Creía que en la naturaleza el hombre podía encontrar algunas respuestas a la iniquidad que nos cerca, aunque desgraciadamente no siempre: «Hay cazadores que pierden la moral en el campo». Jamás quiso escribir su autobiografía: «No hay cosas importantes en mi vida que la justifiquen».

Con su prosa ha salvado Delibes la lengua viva, y ha contribuido a conservarla. Puso en pie, construido, unos personajes de carne y hueso, y les ha infundido aliento: «Ya me gustaría salvar alguna vida con mi literatura, créame». Escribió mucho. Pero a él le gustaba un libro raro «Mi vida al aire libre». Y, de él, el retrato de su padre.

Antonio Astorga - Madrid

www.abc.es

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