Va a ser que los españoles ya no tenemos derecho a rebelarnos contra lo que consideramos una injusticia. Porque es traición de lesa patria y nos van a poder dar palizas, insultarnos en televisión, difamar a nuestras familias o quizás meternos por ahí en alguna de esas checas con las que sueñan nuestros jóvenes y jóvenas del izquierdismo nacional. Aquello sí que era justicia lo que hacían García Abadell y Santiago Carrillo. No estas supuestas patochadas del Tribunal Supremo hoy sometido a fuego cruzado por los amigos de ese juez que viaja con el banco al que juzga. Aquello tenía ritmo. Resulta que no podernos rebelarnos porque el poder del ejecutivo es más supremo que el Supremo. Contra éste sí se puede despotricar y quizás incluso disparar balas de prevaricación por dudar de la probidad de un juez mucho más que sospechoso. Contra este chiquillo que veía amanecer no se puede porque el progresismo impecable de buenas intenciones tiene justificados todos sus errores, todos sus fracasos y todas sus insidias. Y si trinca alguno sería, sin duda -a quién le cabría-, por motivos excelsos.
Los españoles tenemos que arrimar el hombro. Tenemos que pagar y callar. Y la oposición tiene que ser tan cooperativa con el Gobierno como para parecer parte del mismo. Si no es así, no fomentan el debate y la sana discusión sobre las diferentes opciones de gobernar. Para nada. Son reos de alta traición. Eso nos dice De la Vogue, según algunos en sus últimos estertores en esa Casa de la Moncloa que se antoja ya el Palacio de la Cienciología.
Pues les voy a decir, que tengo la conciencia muy tranquila llamando a la rebelión contra el latrocinio de esta tropa de ineptos que nos han hundido para más de una generación siendo optimistas. Soy absolutamente partidario de una insumisión ante quienes además de hundirnos y robarnos nos humillan y tratan como retrasados mentales todos los días que abren la boca. Que son exactamente todos los días del año. Aunque entre ellos jamás se pongan de acuerdo y no haya dos ministros que no se contradigan en una semana. Creo en la salubridad de la indignación. En los efectos curativos del desafío. Creo en que el matón y el trincón jamás deben estar seguros de que sus víctimas no van a reaccionar ante sus groseras pretensiones y sus actos miserables. Creo finalmente que inaptos e ineptos, malas personas y psicópatas tienen su derecho a vivir dignamente sin hacer daño. Pero no dirigiendo nuestras vidas, nuestra hacienda y el futuro de nuestros hijos y de nuestro país.
A Garcia Abadell lo fusilaron con muchísima razón por ladrón y torturador. Aunque las almas lánguidas actuales no lo sepan, en todas las guerras rige la pena de muerte. Hasta un despiste te puede poner contra el paredón con toda la razón del mundo. Porque has jugado con la vida de tus hombres en combate o porque te has aprovechado como un cobarde de combatir en retaguardia contra gentes indefensas. Luego resulta más bien natural que los asesinos sean ajusticiados. Lo malo es cuando se asesina a mansalva a inocentes. A los que ni se han despistado. A ciudadanos dignos y decentes que sólo has detenido porque quieres liquidar una forma de pensar, una forma de creer en la transcendencia o una forma de vida. En ambas partes. Carrillo se escapó. Y ha cumplido más años que los papiros del Mar Negro fumando más que yo. Suerte la suya. Pero debería tener cuidado con los escritos de amiguetes como el pijolingo de Sartorius, en este caso no le toca a Nicolás sino a Jaime, que dice que la amnistía sólo era para los suyos. Es decir, se amnistiaba a Carrillo y Garcia Abadell, a los terroristas etarras pero no se amnistiaban los actos de guerra y represión de los vencedores. Recuerden, señores, los vencedores. Porque el gallego murió en la cama. Después del acto de generosidad general de los españoles en nuestra transición, nos vienen los miserables cómplices de Paracuellos y Katyn a decirnos que ésta, la amnistía, ya no vale. Hay dos opciones ante esta miseria, morirse de asco o mandarlos a la mierda. Recomiendo la segunda.
Hermann Tertsch
www.abc.es
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